Reflexiones en torno al viaje de Benedicto XVI a México,Jorge E. Traslosheros

Reflexiones en torno al viaje de Benedicto XVI a México 4/20/2012

Jorge E. Traslosheros Artículo para Testimoni, Bolonia, Italia 29 de marzo de 2012

Una imagen sintetiza el viaje de Benedicto XVI a México.

Al terminar el rezo de las Vísperas en la Catedral Basílica de la Virgen de la Luz, apretó un botón y encendió la nueva iluminación del inmenso monumento a “Cristo, Rey de la Paz” que corona la cima del cerro del Cubilete.

Benedicto XVI no vino a presentarse a sí mismo, tampoco a dar cátedra sobre agudas reflexiones teológicas, mucho menos a dar un espectáculo a los medios de comunicación. El Papa Ratzinger, con la sencillez y humildad que le son características, con suave voz como la brisa de la montaña que anuncia la presencia de Dios, vino a recordarnos de dónde proviene la Luz, porque es el camino, la verdad y la vida.

El Papa Ratzinger ha hecho de la excepción una costumbre. También en México, contra lo esperado, su encuentro con el pueblo católico sorprendió a propios y extraños.

Los protagonistas fueron los niños y multitud de jóvenes quienes, a la par de numerosa gente sencilla, entró en diálogo con el Papa a través de porras, haciéndole reír con toda intención, vitoreando sus gestos. La proverbial afectividad de los mexicanos se combinó, como siempre, con la vocación festiva de los católicos.

Este “Gran Abuelo” -ahora es justo llamarlo así- nos robó el corazón con su amable sonrisa, con su mesura y elegancia, su ternura con los niños, ancianos, discapacitados, con su mirada luminosa, inteligente, traviesa, con sus cejas levantadas para hacer reír a algún infante, al tomar las manos de una niña invidente y ponerlas en su rostro para así “mirarse” desde el corazón.

Una cosa es cierta. Los mexicanos redescubrimos nuestra alegría y civilidad al descubrir al Papa. El dispositivo de seguridad a lo largo de kilómetros de recorridos consistió en un simple cordón para señalar los límites a los cientos de miles de personas que ahí se congregaban. Gracias al Papa recordamos que la violencia que hoy nos agobia es ajena a nosotros mismos.

Un pequeño milagro. No faltaron lamentables actuaciones de algunos medios de prensa, radio y televisión (sonadamente la gran cadena de televisión llamada Televisa) que decidieron atacar con fiereza e injusticia al Papa. Se hicieron eco de cuantos lugares comunes encontraron, revistiéndose con los harapos de la ignorancia. Tampoco es nada que deba sorprendernos. Así han actuado con anterioridad al referirse a la Iglesia y a Joseph Ratzinger. Hoy, no tenían porque cambiar.

Mi preocupación sobre este viaje consiste, precisamente, en lo sorprendente que resultó. Lo celebro y me llena de entusiasmo, pero también me pone alerta. Caer en la “papolatría”, como ceder a la “papofobia”, termina por centrarlo todo en el cantante, olvidando la canción. Ambas actitudes terminarían por silenciar la voz de nuestro “Gran Abuelo” quien habló poco, claro y contundente.

Hizo honor a su gran carisma que es la palabra, porque sabe que al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Como bien señaló el entonces presidente de Israel Shimon Peres, durante la visita del Papa a Tierra Santa, no es un hombre que actúe para la prensa, sino para los libros de historia.

Y así fue. Con el firme propósito de salir al paso de semejante peligro, quiero llamar la atención en cuatro elementos centrales de su visita.

 

1.- El diagnóstico sobre el estado de la fe

En el avión, durante la entrevista con los periodistas, hizo un diagnóstico, sorprendente por atinado, del estado que guarda la fe en América Latina y México. Dos males nos aquejan: el sentimentalismo y la falta de coherencia.

Por un lado, en nuestros pueblos, tan honestamente marianos, se vive un cristianismo desde el corazón y no tanto desde la razón. No se trata de eliminar el uno por el otro, sino de meterle inteligencia a la fe, es decir, recuperar su indispensable diálogo con la razón.

En efecto, nuestra religiosidad popular es el humus fértil que alimenta la vida de la Iglesia, pero cuando carece de la ayuda del pensamiento es fácil que extravíe su rumbo, tal y como sucede cuando pretendemos vivir una fe simplemente ilustrada. Sentimiento y pensamiento se necesitan como la razón y la fe.

Por otro lado, a consecuencia de este desequilibrio entre otras causas, no existe un testimonio integral de la fe. Se vive una “esquizofrenia entre la moral individual y pública” que genera una “fe incoherente y fragmentada”.

Como lo ha señalado en diversas ocasiones, esta fragmentación de la fe le incapacita para comprometerse en la consecución del bien común y colaborar con otros sectores sociales en todo cuanto sea conveniente.

De igual mala suerte, impide realizar propuestas claras y razonables con firme y serena identidad evitando, por igual, caer en la tentación de diluir la fe creyendo que así nos hacemos más “(pos)modernos”, como de refugiarnos en sectarismos estériles.

 

2.- Cristo Rey, un modo de ser Iglesia

La participación en el espacio público de la Iglesia jamás debe confundirse con la politización de la fe. Lo dijo en el avión y lo remarcó con gran fuerza en la homilía del domingo celebrada al pie del Cristo de la Montaña ante más de medio millón de fieles.

La Iglesia no es un partido político, ni el Evangelio una proclama. Cristo Rey no refiere a un programa de acción para instaurar determinado modelo político ya sea de izquierda, derecha o centro pues, entrados a confusiones, resultan ser lo mismo.

En aquella memorable homilía nos recordó que la fe se alimenta de la relación personal con Cristo y que él es el camino que ha de recorrer la Iglesia para ponerse al servicio del Evangelio y la construcción de una sociedad con paz y justicia que hoy, en forma dramática, es el gran anhelo de millones de mexicanos.

Dejó muy claro que el reinado de Cristo no es: “como muchos lo entendieron y entienden […] el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza y la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Este es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar”. Recordemos que “Cristo Rey” tiene gran significado en la historia de México.

Fue la advocación que sostuvo a los católicos durante la persecución religiosa (1914-1938). Es la estética de la resistencia, del martirio, del perdón, la reconciliación y la paz. El monumento del Cristo de la Montaña representa a Jesús resucitado con los brazos extendidos hacia toda persona, sin excepción. Es la antítesis de la violencia y la respuesta más coherente con el Evangelio. Este monumento, esta advocación del Nazareno, refiera a un modo de ser Iglesia, una vocación que nace de la caridad por el seguimiento de Jesús, por el testimonio de la fe.

Decirlo en el contexto del Estado de Guanajuato, donde pesa el chantaje sobre la Iglesia de grupos muy oscuros, ha sido muy atinado.

Lo dijo al pie del Cristo de la Montaña, del Cristo resucitado, el día de la Anunciación, de la encarnación de Jesús, ocho días antes de la semana en que conmemoramos su pasión, muerte y resurrección. La estética del mensaje fue contundente. Una provocación a la esperanza.

 

3 .- Compromiso ineludible con la justicia y la paz

Los católicos tenemos un compromiso ineludible con el bien común, con la paz y la justicia. Sobre todo en un país donde los niños “soportan el peso del sufrimiento, el abandono, la violencia y el hambre”. En un país donde los jóvenes caen víctimas de la mentira del narcotráfico y el temor campea por nuestras calles. La responsabilidad no es opcional. Es “una exigencia de esa dimensión esencial del Evangelio que es la promoción humana y una expresión altísima de la caridad”.

Por lo mismo exhortó a los católicos, a los hombres y mujeres de buena voluntad, a no dejarse dominar por la mentalidad utilitaria que está en la raíz de nuestros males, pues termina por sacrificar a los más débiles e indefensos. Hizo un llamado al pueblo mexicano, “con energía y claridad”, a ser fieles a nosotros mismos, a no dejarnos “amedrentar por el mal”, a desenmascarar la mentira del crimen organizado, a ser valientes y trabajar por la justicia y la paz, llenos de esperanza pues por Cristo sabemos que “el mal no puede tanto”. La savia de nuestra raíz cristiana, que es herencia benéfica para creyentes, agnósticos y ateos, será de gran ayuda para hacer resurgir nuestro presente y futuro.

En este sentido, exigió a los católicos con su proverbial amabilidad y firmeza, a que abandonemos actitudes vergonzantes y demos razones de nuestra esperanza, testimonio de nuestra fe en público y en privado, con caridad y verdad. Nos exhortó a ser valientes cristianos y buenos ciudadanos, “auténticos discípulos y misioneros de Cristo”, para sumarnos a la nueva evangelización en sintonía con el Concilio Vaticano II y la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CLAM) de Aparecida (2007).

 

4.- Un claro y duro mensaje a los obispos Entregó un duro mensaje a los obispos durante la homilía de las Vísperas del domingo, lleno de verdad, caridad y fuerza.

Confirmó la colegialidad episcopal en “los padecimientos y en la consolación”.

Les recordó su misión de anunciar el Evangelio y “confirmar en la fe al pueblo latinoamericano en sus fatigas y anhelos, con entereza, valentía y fe firme en quien todo lo puede y a todos ama hasta el extremo”. Les puso como modelo, en un acto de gran justicia, a los “abnegados e insignes misioneros” que implantaron la fe en estas tierras, proclamando el Evangelio con “audacia y sabiduría”.

Como sucesores de los apóstoles deben ser el corazón de sus comunidades: cuidar de los seminaristas, acompañar a los presbíteros, disciplinarlos si es necesario, alentar la vida consagrada valorando sus distintos carismas, fomentar el “espíritu de comunión” entre sacerdotes, religiosos y laicos “evitando divisiones estériles, críticas y recelos nocivos”. Fue muy claro al recordarles, para gran beneplácito de quien esto escribe, y no estoy solo en mi alegría, que los laicos no somos miembros de segunda clase en la comunidad eclesiástica, “y no es justo que se sientan tratados como quienes apenas cuentan en la Iglesia, no obstante la ilusión que ponen en trabajar en ella según su propia vocación y el gran sacrificio que a veces les supone esta dedicación”.

Los obispos deben estar del lado de quienes son “marginados por la fuerza, el poder o una riqueza que ignora a quienes carecen de casi todo. La Iglesia no puede separar la alabanza de Dios del servicio de los hombres. El único Dios Padre y Creador es el que nos ha constituido hermanos: ser hombre es ser hermano y guardián del prójimo”. Ser el corazón de la Iglesia y fuente de unidad en la diversidad requiere alinear sus acciones en orden al Concilio Vaticano II, la Misión continental promovida en Aparecida y la preparación y realización del Año de la Fe al que ha convocado Benedicto XVI.

Una reflexión para empezar a trabajar Al final, pasadas las emociones, después de un poco de silencio, contemplando el monumento a Cristo resucitado allá en la cima del cerro del Cubilete, me queda una idea clara. Un católico descafeinado no le quita el sueño a nadie y se muestra incapaz de inquietar, ya no digamos retar, a la cultura utilitarista. Para superar tan lamentable condición es necesario un encuentro con Cristo, hacer comunidad en la Iglesia por la afirmación de la fe, su celebración en la oración, liturgia y sacramentos, para comprometerse en la construcción de una sociedad con paz y justicia.

Bien dijo nuestro “Gran Abuelo”, en su homilía del 12 de diciembre de 2012, que estos son buenos tiempos para “evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente”. En efecto, ¡como el buen café!