Decisiones Éticas en los Negocios; La Guía del Papa Benedicto XVI, Por Carl Anderson Caballero Supremo
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Decisiones Éticas en los Negocios: La Guía del Papa Benedicto para una Justicia Económica
11/9/2009
El 8 de noviembre, el Caballero Supremo Carl A. Anderson pronunció un discurso durante una reunión de líderes empresariales y profesionistas en la Universidad Fairfield de Connecticut. Su presentación, que fue la ponencia principal, se centró en la reciente encíclica social del Papa Benedicto XVI, Caritas in Veritate, y su importancia para los asistentes y sus empresas. Este evento fue copatrocinado por el Centro para la Fe y la Vida Pública de la Universidad Faifield y el Capítulo del Condado de Fairfiled de Centesimus Annus Pro Pontifice. Antes de la ponencia, el Capellán Supremo, Obispo William Lori, celebró una Misa para los participantes en la Capilla Egan de St. Ignatius Loyola de la Universidad.
Su Excelencia, Reverendos Padres, miembros de Centessimus Annus Pro Pontifice, amigos de la Universidad Fairfield, compañeros Caballeros, damas y caballeros:
Hoy nuestra nación vive con la esperanza de que no ha de tardar la recuperación económica. Durante más de un año, hemos debatido sobre la efectividad de diversas medidas técnicas de estímulo económico, y hemos leído incontables encabezados sobre los terribles efectos de la economía sobre nuestros conciudadanos.
Pero pocas veces se ha dado énfasis a la causa de esta crisis. El año pasado, cuando la bancarrota de Lehman Brothers salió a la luz, y una vez más cuando Bernard Madoff ocupó los encabezados, hubo una oleada de indignación entre los norteamericanos que vieron la codicia como el factor principal de la crisis.
Es cierto que no fue una sola la causa de esta crisis: había expectativas absurdas en cuanto al mercado de bienes raíces, demasiado efectivo en la oferta de dinero, bancos sobrados de dinero y ansiosos por prestarlo que otorgaron créditos a casi cualquiera que lo solicitara, exceso de participación del gobierno en ciertos lugares y falta de control en otros.
Pero no puede negarse que uno de los factores más importantes fue la codicia. El deseo de transferir el riesgo – y sacar provecho de esta transferencia – fue una causa primordial de la crisis. Aunque muchos argumentan que no sabían lo mal que se pondrían las cosas, hubo personas – en gran cantidad de ramos, desde la banca hasta las inversiones – que sin duda sabían lo suficiente para no querer que los atraparan con las manos en la masa.
Pero si la peor de todas las motivaciones humanas – la codicia – fue una causa importante de nuestras penurias económicas actuales, será necesario algo más que ciertos ajustes técnicos amorales para devolver la salud a nuestra economía.
De hecho, será necesario un cambio fundamental en nuestra forma de pensar – un cambio que lleve a actuar con conciencia en todas las áreas de la vida – incluyendo en los negocios. No podemos vivir dos vidas distintas, con una brújula moral en casa y en nuestro lugar de culto, y otra en el lugar de trabajo.
Hace dos décadas, poco antes de la caída del comunismo en Europa, el entonces Presidente de Checoslovaquia Vaclav Havel habló a su nación sobre la importancia de la responsabilidad del individuo en un sistema económico. Refiriéndose al fracaso del comunismo, dijo:
“Vivimos en un medio moralmente contaminado. Nos sentimos moralmente enfermos porque nos hemos acostumbrado a decir algo diferente de lo que pensamos. Aprendimos a no creer en nada, a ignorarnos los unos a los otros, a solo preocuparnos por nosotros mismos ... Debemos ver este legado como un pecado que cometimos en contra de nosotros mismos... Si nos damos cuenta de ello, la esperanza volverá a nuestro corazón.”
Mientras hablaba Havel en 1990, el mundo miraba fascinado cómo caía la cortina de hierro en Europa. De hecho, uno de los dos sistemas económicos y políticos que definieron la mayor parte del siglo XX desapareció de manera casi instantánea del continente europeo.
Se había desacreditado la idea de que el comunismo ateo era una fuerza económica viable, lo cual llevó a un comentarista a proclamar que se acercaba “el fin de la historia”.
Pero, como lo ha señalado en diversos contextos el Papa Benedicto, el triunfalismo resulta peligroso.
Ahora, mientras celebramos el 20 aniversario de la caída del muro de Berlín, nos enfrentamos en el Occidente a una crisis financiera y política de enormes proporciones, y solo si enfrentamos lo que salió mal podremos comenzar a repararlo.
Ahora que nos enfrentamos a una grave recesión, provocada en gran medida por la falta de moral, haríamos bien en recordar las palabras de Havel sobre la responsabilidad moral del individuo como una parte necesaria de la verdadera solución.
Para que tengamos éxito, será crítica la importancia de la decisión moral de cada individuo.
En los días anteriores al colapso del comunismo soviético – y justo después – fueron pocos los que tuvieron la capacidad suficiente para predecir los problemas que acechaban a las economías occidentales si ignoraban la moral. Sus palabras son por ello especialmente pertinentes hoy.
En especial dos hombres se destacan por su visión de futuro: Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, mejor conocidos como los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Al tiempo que censuraba el “determinismo” de marxismo y su punto de vista ateo en un artículo de 1985, Mercado, Economía Y Ética, el Papa Benedicto XVI, entonces Cardenal Joseph Ratzinger, advirtió que era posible una crisis económica en el Occidente. Su preocupación era la decadencia de la ética en las prácticas económicas.
De hecho, advirtió que una decadencia de la ética, la cual debía estar “creada y sostenida solo por sólidas convicciones religiosas” podría realmente “provocar un colapso de las leyes del mercado”.
Poco después de que comenzara a derrumbarse los muros, en 1991, el Papa Juan Pablo II – bien conocido por su papel en el colapso del comunismo – también previó la amenaza de una economía de mercado que excluyera los valores espirituales.
En encíclica Centesimus Annus, dejó claro que un sistema que trataba sustituir el marxismo con el consumismo, y así reducir “al hombre a la esfera de la economía y la satisfacción de las necesidades económicas”, caería al fin en el mismo error que el precepto central de marxismo y no constituía una solución adecuada. (19)
Tanto Benedicto como Juan Pablo han dejado claro que cualquier sistema económico que deje a Dios y la moral de lado no se apoya en un lecho de roca, sino de arena. Aun si creamos un remedio técnico para nuestra crisis actual, continuará el comportamiento falto de moral, y lo que hagamos no será suficiente para evitar la crisis siguiente, así como la Ley Sarbanes-Oxley después del escándalo de Enron no bastó para evitar la debacle de 2008.
Como lo dijo el Papa Benedicto en su artículo de 1985:
“Incluso si la economía de mercado no depende de la ordenación del individuo dentro de una red determinada de reglas, no puede hacer que el hombre sea superfluo ni excluir su libertad moral del mundo de la economía. ... Estos poderes espirituales por sí mismos son factores en la economía: las reglas del mercado funcionan solo cuando existe un consenso moral que las sostiene.”
Y, damas y caballeros, desdeñamos el poder de la responsabilidad moral personal en la economía a nuestra cuenta y riesgo.
Los norteamericanos quieren una actuación ética. Quieren líderes empresariales con conciencia. Pero no creen tenerlos, y allí es donde cada uno de nosotros tiene un papel que jugar.
En este mismo año, una Encuesta de Caballeros de Colón y Maristas indicó que al menos el 90% de los norteamericanos – y el 90% de los propios ejecutivos – piensa que los líderes empresariales ven su propia carrera y su ganancia económica como las motivaciones decisivas para sus decisiones profesionales. Solo 31% de los norteamericanos y 32% de los ejecutivos creían que “el bien público” era un fuerte factor de motivación.
Esto es de lo más vergonzoso.
Pero es aun peor, porque no necesita ser el único medio, incluso para que un negocio sean redituable.
Y es que esta misma encuesta mostró que tres cuartas partes de los norteamericanos y más de nueve de cada diez ejecutivos creen que es posible manejar de manera ética un negocio que sea a la vez rentable.
Se habría evitado mucho dolor si los miembros de nuestra economía le hubieran hecho caso a las palabras que escribió nuestro papa en 1985, o las de su predecesor en 1991, y si hubiera sido norma el capitalismo con conciencia.
Pero hemos recibido otra oportunidad. La carta encíclica del Papa Benedicto XVI Caritas in Veritate, que emitió en el mes de julio, nos proporciona una guía para los que tratamos de crear un mundo mejor, y un medio empresarial más justo y equitativo.
Y en caso de que se pregunten lo que opinará la gente si pedimos consejo al Papa sobre la economía, les interesará saber que en una encuesta subsiguiente descubrimos que los norteamericanos – en especial los católicos norteamericanos – dan valor a la opinión del Papa Benedicto, tanto en asunto espirituales como económicos. A la gran mayoría le interesa lo que dice sobre la falta de visión de la codicia y el egoísmo, así como sobre la construcción de una sociedad donde tengan un papel importante los valores espirituales.
Hace mucho tiempo que la Iglesia Católica se interesa por las necesidades de los individuos dentro del ambiente económico.
Comenzando con la encíclica del Papa León XIII, Rerum Novarum, en 1891, la Iglesia introdujo en el debate económico la importancia de la conciencia personal, la actuación ética, la importancia de la propiedad privada y el principio de subsidiariedad, la necesidad de que se paguen salarios que permitan vivir y se formen sindicatos.
De hecho, no creo que sea exagerado decir que, comenzando con el Papa León XIII, la Iglesia Católica – al proporcionar la voz de la conciencia – ayudó a salvar al capitalismo de los excesos que lo habrían hecho cada vez más insostenible a fines del siglo XIX y principios del XX.
Podríamos decir incluso que al insistir sobre los fundamentos éticos de la acción económica, la Iglesia contribuyó en gran medida a la sustentabilidad de los mercados libres.
Durante bastante más de 100 años, y en especial durante los últimos 20, la Iglesia ha sido muy consciente de los problemas económicos y la protección del individuo. Ya fuera que advirtiera en contra de la bancarrota moral del comunismo, y la forma en que reduce a la persona a un medio en lugar de un fin, o sobre la formación de una economía de mercado sin moral, la voz de la Iglesia se ha elevado con toda claridad en favor de un sistema económico que tome en cuenta a todos.
En 2005, apenas unos años antes de la crisis que enfrentamos hoy, la Iglesia emitió su Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Este documento presenta la postura de la Iglesia en relación con los problemas sociales en varias áreas, incluyendo la ética, y yo los animo a todos a que tengan este Compendio a la mano como una importante referencia.
Y, por supuesto, como hemos visto, este verano el Papa Benedicto nos dio su contribución más reciente a esta tradición.
En ella dice algo que cada uno de nosotros debe llevar en su corazón, no solo para sí mismo, sino como un llamado para todos aquellos con quienes trabajamos. Dijo lo siguiente:
“En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos. Lo que produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuanto tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social.” (36)
En otras palabras, no hay sistema independiente de los individuos que lo componen, y son demasiados los individuos de nuestro sistema que han caído moralmente enfermos, como dijo Vadav Havel.
Y debemos dar gracias por tener un excelente doctor espiritual y moral en el Papa Benedicto.
Como lo han mostrado nuestras encuestas, el pueblo norteamericano y los ejecutivos de empresa todos saben que un negocio puede ser a la vez ético y redituable. De hecho, como lo señaló Jim Collins en su libro Built to Last, son las compañías que han considerado algún valor por encima de una simple maximización de las ganancias las que han tenido más éxito en Estados Unidos.
Me da gusto decir que existen muchas compañías así, y que una de ellas es Caballeros de Colón.
Hemos sido líderes con el ejemplo, no solo por nuestras donaciones caritativas, sino por nuestra capacidad para administrar una empresa redituable basada en las enseñanzas sociales católicas.
Nos esforzamos de manera consciente por tratar a nuestros clientes y empleados con justicia. Nuestras reglas de inversión nos impiden invertir en más de cien compañías que violan las enseñanzas católicas en varias áreas, y, sin embargo, en una de las peores crisis económicas de que se tenga memoria, seguimos siendo redituables. De hecho, en comparación con el resto del ramo de los seguros, somos más sólidos ahora de lo que éramos hace un año.
Además, por nuestro compromiso de administrar nuestra empresa en forma consistente con la Enseñanza Social Católica, Caballeros es una de las cuatro únicas compañías de seguros de Estados Unidos – y la única de Canadá – que ha logrado la mayor clasificación de solidez financiera por A.M. Best y Standard & Poor’s, así como la certificación ética de la Asociación de Normas del Mercado de Seguros.
Pero esto no es solo para que lo haga “otra empresa”. Cada uno de nosotros puede y debe esforzarse por mejorar la brújula moral del medio empresarial. Esto puede lograrse de varias formas, y todas son importantes.
En primer lugar, debemos mantener una ética consistente en todos los aspectos de nuestra vida, ya sea en el hogar o el trabajo.
En Segundo, no debemos aceptar nada menos que un comportamiento ético de los que trabajan para nosotros y con nosotros.
Tercero, el lugar en que elegimos invertir nuestro dinero y las empresas con las que colaboramos constituyen una cuestión ética obvia en el que podemos influir para mejorar la brújula moral de varias empresas.
Finalmente, debemos adoptar lo positivo y evitar lo negativo, aun cuando lo último parezca ser la forma más rápida de mejorar el balance final. Debemos recordar que el peor aspecto de la naturaleza humana – la codicia – ha sido reconocido como una causa importante de esta crisis. Muchos perdieron de vista la importancia de la unidad, la solidaridad con su prójimo. Y tenemos que buscar lo mejor de la humanidad – la generosidad y solidaridad – como remedio.
Un modelo empresarial basado en la comprensión de la dignidad de cada persona, y en nuestra responsabilidad con nuestro prójimo, no puede más que ser ético. Debemos esforzarnos por sustituir la codicia y la envidia, las motivaciones de Caín – quien mató a su hermano y fingió ignorancia – por la del Buen Samaritano – el amor por nuestro prójimo – en todos los aspectos de nuestra vida.
Esto es especialmente cierto en las relaciones de negocios. Solo así – como lo deja claro el Papa en Caritas in Veritate – podrá ser realmente sustentable el desarrollo económico.
En otras palabras, la Regla de Oro – tratar a los demás como queremos que nos traten – tiene sentido en los negocios.
En meses recientes, hemos visto cómo el mundo empresarial vuelve a exigir calidad, en especial en relación con los productos financieros, como clave para la recuperación económica. Pero para el Cristiano, como de hecho para todas las personas de buena voluntad, la “calidad” debe incluir siempre la calidad de la brújula moral de una corporación. Y todos nosotros, ejecutivos, empleados, inversionistas o consumidores, debemos insistir en que así sea.
Ésta no es una tarea única o primordialmente para el gobierno, aunque las políticas gubernamentales pueden utilizarse para ayudar a crear un clima empresarial más moral. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de amar a su prójimo, y en este amor, crear un medio ético en toda la sociedad. El Papa escribió precisamente sobre esto en su primera encíclica Deus Caritas Est- Dios es Amor:
“El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo.”
Y luego añadió:
“El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido —cualquier ser humano— necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio.” (28b)
Damas y caballeros, no podemos hacer negocios – ni tampoco vivir ninguna parte de la vida – en el vacío. Cada uno de nuestros actos tiene consecuencias, y desentenderse de estas consecuencias, o fingir que no existen, es lo que puede volver tóxico nuestro ambiente económico.
Como individuos y como colectividad, debemos esforzarnos por construir una civilización en la cual se tome cada decisión considerando sus implicaciones morales.
Todos los que estamos aquí tenemos un papel que desempeñar. Todos nosotros podemos guiar a los que trabajan con nosotros a una mayor solidaridad con los demás seres humanos, y a la creación de una mayor solidaridad de conciencia. Tanto el público como los ejecutivos creen que un negocio puede ser a la vez ético y redituable. Pero debemos actuar para esto se convierta en realidad.
Entre la primera encíclica del Papa Benedicto XVI sobre la caridad y su más reciente sobre la economía, escribió otra llamada Spe Salvi – Sobre la Esperanza Cristiana. Ahora que trazamos el curso para avanzar, que tratamos de sobreponernos al medio moralmente enfermo que minó la salud de nuestro país, quisiera dejarlos con estas palabras del Papa sobre la esperanza:
“Toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto... Si no podemos esperar más de lo que es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza.”
Cada uno de nosotros puede marcar una diferencia como individuo, pero muchos de los que estamos en este salón tenemos un papel importante en el mundo de los negocios.
Guiando con el ejemplo, y actuando con moral en cada situación, podemos ayudar a modificar la forma en que la gente piensa en los negocios, y esto brindaría a nuestra nación, y de hecho al mundo entero, una gran esperanza, en el sentido más verdadero de la palabra.
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