El pulso del Papa: “Opulencia y derroche”

Escrito por Roberto O’Farrill Corona Jueves, 26 de Noviembre de 2009 08:24 El pulso del Papa: “Opulencia y derroche” Así lo expresó Benedicto XVI, con énfasis en esa horrible realidad que se vive hoy, cuando en la sede de la FAO, la agencia de las Naciones Unidas que se ocupa de la alimentación, dijo que “El hambre es el signo más cruel y concreto de la pobreza. No es posible continuar aceptando opulencia y derroche, cuando el drama del hambre alcanza dimensiones cada vez mayores”. El Santo Padre estuvo en la sede romana de la FAO, el pasado lunes 16 de noviembre, en la apertura de la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria, y con fuerza denunció el dramático crecimiento del número de personas que padecen hambre y que supera los mil millones de personas. Allí, ante una comunidad internacional que promete nuevas ayudas para la lucha contra el hambre pero que después no le dedica ni un dólar, el Papa exigió que se rediseñe la ordenación de las relaciones internacionales, para establecer “una relación paritaria entre países que se encuentran en un grado diferente de desarrollo”. Esa, dijo, es “la única manera de erradicar la miseria, aunque el compromiso asumido en el año 2000 de reducir a la mitad el número de hambrientos en el mundo antes de 2015 parece cada vez más irrealizable”. En el año 2000, durante la mayor cumbre de Jefes de Estado de la historia, se proclamó la “Declaración del Milenio”, que enumeraba los objetivos más urgentes para el bien de la humanidad, que tendrían que alcanzarse antes del año 2015. El primero consistiría en desterrar la pobreza extrema y el hambre. En aquel entonces, el número de “hambrientos”, como se les llamó a quienes no tienen asegurado el alimento diario, era de 800 millones de personas. El propósito consistía en reducir ese número a la mitad, a 400 millones, para el 2015, pero nueve años después del compromiso, nos encontramos con que el número trágico no sólo no ha descendido, tampoco se ha mantenido, sino que ¡ha crecido a 1,200 millones! Hoy la humanidad está viviendo una tragedia horrible de la que no nos hemos percatado y que se ha traducido en impulso para las migraciones y en una amenaza gravísima para la paz. Ahora el Papa da a conocer que “no basta con legislaciones y planes de desarrollo, si no hay un cambio en los estilos de vida personal y comunitario, en el consumo y en las necesidades efectivas, y en descubrir las vínculos de comunión que unen a la persona y la creación. Porque la tierra tiene recursos para alimentar a todos sus habitantes. Así, la solidaridad entre los pueblos debe nacer de la pertenencia común a la familia humana, y no debe excluir la dimensión religiosa con su potente fuerza espiritual y de promoción de la persona humana”. Además, Benedicto XVI estableció dos necesidades apremiantes como vía de solución a esta tragedia: 1) “Involucrar a las comunidades locales en las opciones y en las decisiones relativas al uso de la tierra, porque el desarrollo humano integral requiere opciones responsables por parte de todos y exige un comportamiento solidario que no considere la ayuda o la emergencia en función de quien facilita los recursos o de grupos elitistas presentes entre los beneficiarios”. 2) “Sustraer las reglas del comercio internacional a la lógica del beneficio como fin en sí mismo, orientándolas a favor de la iniciativa económica de los países que necesitan más desarrollo, los cuales, al disponer de mayores entradas, podrán avanzar hacia la autosuficiencia, que es preludio de la seguridad alimentaria”. Del valioso y valeroso mensaje pronunciado por el Papa, hay dos conclusiones que irremediablemente nos involucran a todos nosotros: I) “Reconocer el valor trascendente de cada hombre y de cada mujer sigue siendo el primer paso para favorecer esa conversión del corazón que puede sostener el compromiso para erradicar la miseria, el hambre y la pobreza en todas sus formas”. II) “Si el respeto de la dignidad humana se hiciera valer en la mesa de negociaciones, de las decisiones y de sus actuaciones, se podrían superar obstáculos de otra manera insuperables, y se eliminaría el desinterés por el bien ajeno”. Salta a la vista la urgencia de articular un plan operativo eficaz a medio y largo plazo para erradicar el hambre en el mundo y para hacer frente en breve plazo a la emergencia que ha creado el rápido aumento del precio de los alimentos, pero lo que es responsabilidad de todos es la cita de la antigua tradición cristiana con la que el Papa cerró su discurso: “Da de comer al que está muriendo de hambre, porque si no le das de comer, le habrás matado”.