Mensaje del Obispo de Veracruz a favor de la vida.
Submitted by adolfo.haedge on Mon, 2009-12-07 13:01
Mensaje a toda la Iglesia Diocesana y a cuantos defienden la vida del concebido aún no nacido.
“Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” (Juan 10,10)
Esta frase de Jesús, que reporta San Juan en su Evangelio, resume perfectamente el mensaje de Jesucristo que predicamos en el mundo entero. En efecto, así escribía Juan Pablo II al introducir, en 1995, su Encíclica EL EVANGELIO DE LA VIDA (“Evangelium vitae”).
“1. EL EVANGELIO DE LA VIDA está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas.
En la aurora de la salvación, el nacimiento de un niño es proclamado como gozosa noticia: Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor (Lc 2,10-11). El nacimiento del Salvador produce ciertamente esta gran alegría; pero la Navidad pone también de manifiesto el sentido profundo de todo nacimiento humano, y la alegría mesiánica constituye así el fundamento y realización de la alegría por cada niño que nace (cf Jn 16,21).
Presentando el núcleo central de su misión redentora, Jesús dice: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10). Se refiere a aquella vida nueva y eterna, que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador. Pero es precisamente en esa vida donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre.”
“2. El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal. En efecto, la vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. Un proceso que, inesperada e inmerecidamente, es iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad (cf 1 Jn 3,1-2). Al mismo tiempo, esta llamada sobrenatural subraya precisamente el carácter relativo de la vida terrena del hombre y de la mujer. En verdad, esa no es realidad última, sino penúltima; es realidad sagrada, que se nos confía para que la custodiemos con sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección en el amor y en el don de nosotros mismos a Dios y a los hermanos.
La Iglesia sabe que este Evangelio de la vida, recibido de su Señor, tiene un eco profundo y persuasivo en el corazón de cada persona, creyente e incluso no creyente, porque, superando infinitamente sus expectativas, se ajusta a ella de modo sorprendente. Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf Rm 2,14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política.
Los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad recordada por el Concilio Vaticano II: El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. ’En efecto, en este acontecimiento salvífico se revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios que tanto amó al mundo que dio a su Hijo único (Jn 3,16), sino también el valor incomparable de cada persona humana.
La Iglesia, escrutando asiduamente el misterio de la Redención, descubre con renovado asombro este valor y se siente llamada a anunciar a los hombres de todos los tiempos este evangelio, fuente de esperanza inquebrantable y de verdadera alegría para cada época de la historia. El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio.
Por ello el hombre, el hombre viviente, constituye el camino primero y fundamental de la Iglesia.” (EV 1-2)
Hasta aquí la cita de Juan Pablo II.
En relación con esto, como Iglesia Diocesana de Veracruz, no podemos menos de saludar con beneplácito, dando gracias a Dios, cuanto recientemente se ha aprobado en la Cámara de Diputados del Estado, respecto al Art. 4º de la Constitución Veracruzana: “El Estado garantizará el derecho a la vida, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, como valor primordial que sustenta el ejercicio de los demás derechos del individuo.” Hasta aquí, consideramos que ninguna persona, en su sano juicio, podría estar en desacuerdo. Lo que sigue, ya es discutible: “La ley determinará los casos de excepción.” En efecto, ¿es coherente afirmar que un “valor primordial” tiene excepciones? O ¿qué significa entonces la abolición casi universal de la “pena de muerte” en las legislaciones de los estados? Pero, bueno, sigamos adelante.
¿Y qué se puede pensar de cuantos se dicen “modernos” y de manera “perversa” (porque es casi imposible pensar que no lo entiendan, cuando la ciencia lo afirma categóricamente y de igual manera la lógica de la razón) quieran desconocer la condición de “ser humano completo y distinto” al recién concebido? Pues que necesitan de la mentira para poder justificar el aborto voluntario, que no es otra cosa sino “dar muerte a un ser humano inocente e indefenso”.
Y por lo que toca al Código Penal, hay que reconocer que resulta difícil precisar lo más conveniente para “promover la cultura de la vida” y “disuadir del delito del aborto voluntario”. Es todo un desafío educativo que, desde luego, es preciso afrontar con inteligencia y con iniciativa. La Iglesia, como Jesús, no está habituada a castigar; ella debe denunciar y condenar el pecado pero también debe perdonar al pecador arrepentido: Jesús, a la mujer adúltera a punto de ser apedreada, después que se retiraron sus acusadores confrontados por Jesús, le dice: “Yo tampoco te condeno, vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11). Pero no cabe duda de que, en el ámbito civil, el Estado debe establecer lo que resulte más conveniente para disuadir del delito y educar al pueblo en los valores universales, como es el “valor primordial de la vida humana en todas las condiciones”.
Yo exhorto a todos en la Diócesis a seguir promoviendo la cultura de la vida: a los esposos, a los padres de familia, a los políticos, a los médicos y agentes sanitarios, a los comunicadores; todos estamos llamados a educarnos en los valores universales y, quienes somos creyentes, pidamos a Dios por nuestros gobernantes para que no se aparten de la justicia y el derecho.
+ Luis Felipe Gallardo Martín del Campo, SDB
Obispo de Veracruz
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