Carta Encíclica Inquis Afflictisque
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Carta
ENCÍCLICA “INIQUIS AFFLICTISQUE”
A.A.S. 18 (1926) 465-467
(18-XI-1926)
SOBRE LA DURISIMA SITUACIÓN DEL CATOLICISMO EN MEJICO
PIO PP. XI
VENERABLES HERMANOS SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA
Tomado de http://iteadjmj.com/SANTOW/santow.htm
INTRODUCCIÓN
1. Violenta persecución en Méjico.
Que no haya otro remedio sino de algún especial auxilio de Dios misericordioso para las condiciones inicuas y aflictivas en que está el catolicismo en la República Mexicana, lo dijimos al terminar el año anterior en la alocución que dirigimos a los Cardenales reunidos en el consistorio; y no habéis vosotros dejado de instar a vuestros fieles con pastoral cuidado, coincidiendo con Nuestra opinión y deseos, que más de una vez hemos manifestado, a fin de que conmoviesen al divino Fundador de la Iglesia con preces abundantes para que cure tan graves males. Tan graves males, decimos, puesto que a nuestros queridos hijos de México están atormentando desde hace tiempo y lo mismo en estos días, otros también, hijos nuestros, que se han apartado de la milicia de Cristo y del común Padre de todos. Y si en los tiempos primitivos de la Iglesia y en otras ocasiones se han cometido atrocidades contra los cristianos, tal vez en ninguna parte y en ningún otro tiempo sucedió que, desechados y violados los derechos de Dios y de la Iglesia, y sobrepuesta con el objeto de excusar la arbitrariedad cierta especie legal con artimañas premeditadas, unos pocos han quitado la libertad a la mayoría, sin ninguna consideración para con los ciudadanos, y sin ningún miramiento a los méritos de los antepasados.
2. Ordena preces por los mejicanos.
Queremos, pues, que por medio de súplicas empleadas para el efecto en privado y en público, y ordenadas para ello, no os falte a vosotros y a los fieles todos el testimonio más grande de Nuestra buena voluntad; estas preces que ya han comenzado a rezarse, es necesario y de suma importancia que de ninguna manera se interrumpan, más aún, que continúen fervorosamente. Pues dirigir y acomodar las circunstancias de las cosas y de los tiempos, por medio del cambio de las opiniones y los ánimos de los hombres, de manera que sirvan para el bien de la sociedad humana, no es propio de los mortales, sino del Ser divino, el cual es el único que puede poner fin y término a tales vejaciones.
3. Frutos heroicos de las oraciones.
Y no os parezca, Venerables Hermanos, que tales súplicas las habéis ordenado inútilmente porque los gobernantes de la República Mexicana, por su despiadado odio contra la religión, han continuado urgiendo sus malas leyes con más acritud y fiereza: puesto que fortalecidos el clero y la multitud de los católicos por la más abundante efusión de la gracia divina para resistir pacientemente, han dado de sí tal ejemplo y espectáculo, que Nosotros mismos con un solemne documento de la autoridad apostólica lo colocamos a la luz de todo el orbe católico con toda razón y justicia. El mes pasado en el día en que ante una gran concurrencia de fieles decretamos el honor de los beatos a los mártires de la revolución francesa, Nuestro pensamiento volaba espontáneamente hacia los católicos mexicanos, a los cuales asistía el mismo deliberado propósito que a aquellos, es decir, resistir a la pasión y violencia ajena, antes que apartarse de la unidad de la Iglesia y de la autoridad de la Sede Apostólica. ¡Oh alabanza preclara de la divina esposa de Cristo, a la cual nunca ha faltado a través de los siglos una descendencia noble y generosa, dispuesta a luchar y a padecer y a morir por la santísima libertad de la fe!
I. BREVE HISTORIA DE LA INICUA PERSECUCIÓN
4. Recuerdo general de los detalles persecutorios.
Los tristes tiempos de la Iglesia mexicana, Venerables Hermanos, no hay para qué de nuevo los traigamos a la memoria. Basta que tengamos presente esto solo: que en la edad reciente, las agitaciones políticas, ciertamente frecuentes, las más de las veces han redundado en perturbación y destrucción de la religión, a la manera como sucedió principalmente en los años 1914 y 1915, cuando hombres de barbarie inveterada se portaron tan feroz y ásperamente contra ambos cleros, contra las sagradas vírgenes, contra los lugares y las cosas dedicadas al culto divino, que no perdonaron a ninguna injuria o ignominia y a ninguna violencia.
5. Trato irrespetuoso a los Nuncios.
Y puesto que estamos ante un asunto conocidísimo, acerca del cual Nosotros hemos protestado públicamente y se ha informado con abundancia en los diarios, no hay para qué lamentemos extensamente con vosotros cómo en estos últimos años de los delegados apostólicos enviados a México, despreciando toda justicia, fidelidad y humanidad, a uno lo echaron de la República, y al otro, que por causa de salud había pasado breve tiempo fuera del territorio, se le prohibió volver, y a otro finalmente no se le trató, con menor hostilidad y se le mandó al fin salir de la nación. En lo cual —pasando por alto que no hubiera habido ningún intérprete y conciliador de la paz más apto que aquellos ilustres varones— nadie deja de ver cuan injusto deshonor se infirió a su dignidad arzobispal y al honorífico cargo que desempeñaban, y principalmente a Nosotros, cuya autoridad representaban.
6. La Ley de 1917 y sus disposiciones vejatorias.
Todo esto es muy desagradable y muy grave; pero, Venerables Hermanos, las cosas que después debemos decir, están tan en contra de los derechos de la Iglesia como las que más, y son a la vez las más deplorables para los católicos de esa nación.
Y en primer lugar veamos aquella ley promulgada el año 1917 y llamada “constitución política” de las ciudades federadas de México. Por lo que atañe a Nosotros, después de haber sancionado la separación de la República respecto de la Iglesia, ningunos derechos le quedan a ésta, como condenada a muerte, y ningunos derechos puede adquirir en lo futuro; se da a los magistrados la potestad de interponer su autoridad en los asuntos del culto de la disciplina interna de la Iglesia. Los ministros sagrados quedan comparados con los obreros y demás empleados, con esta diferencia, que aquellos no sólo deben ser mexicanos de nacimiento y no exceder un numero determinado, que deben definir los legisladores de cada uno de los estados, sino que también se ven privados de sus derechos políticos y civiles, a manera de hombres facinerosos o insanos. A esto se añade que se les ha mandado que junto con diez de los ciudadanos declaren al magistrado que ellos han tomado posesión de algún templo o se han trasladado a otro lugar. No es permitido en México pronunciar los votos religiosos, ni la existencia de órdenes y congregaciones religiosas. No es lícito ejercer el culto público, a no ser dentro de los templos y bajo la vigilancia de los gobernadores; los mismos templos se consideran propios de la nación: y por el mismo título los palacios episcopales y canonicales, los seminarios, las casas religiosas, los hospitales y todas las instituciones dedicadas a la beneficencia son sustraídas a la Iglesia. Esta ya no tiene dominio sobre ninguna cosa; y todos los bienes que poseía cuando la ley se promulgó fueron adjudicados a la Nación, dándose a cualquiera denunciar lo que la Iglesia parecía poseer por medio de otros: a este derecho o acción, con el objeto de fortalecerlo se ha prevenido por la misma ley que le asiste el favor de la mera presunción. Los ministros sagrados no pueden recibir nada en testamento, a no ser de sus parientes próximos. No se reconoce a la Iglesia ninguna potestad sobre el matrimonio de los cristianos, el cual por lo tanto sólo entonces es válido cuando lo es por derecho civil. Hay libertad de enseñanza, pero con estas condiciones, que a los sacerdotes y a los hermanos religiosos no les es lícito enseñar ni dirigir las escuelas de primera enseñanza y que la instrucción de los niños, aún en los colegios privados, debe estar huérfanos de religión. Se ha establecido, asimismo que todo cuanto la Iglesia ordene acerca del orden de los estudios y del certificado de haber pasado el curso de los estudios en sus escuelas no tiene ningún valor público.
7. La Iglesia, sociedad perfecta, protesta de los atropellos.
Ciertamente, Venerables Hermanos, los que instituyeron, aprobaron y sancionaron tal ley ignoraban que la Iglesia, sociedad perfecta con propio derecho, ha sido constituida por Cristo Redentor y Rey de los hombres para el bien común, y que tiene plena libertad concedida por Dios para desempeñar su cargo —esta ignorancia en el siglo XX después de Cristo parece increíble en una nación católica y entre hombres bautizados—, o creyeron soberbia y locamente que podían ellos echar abajo y destruir la casa del Señor, edificada firmemente y bien fundada sobre piedra firme (Mat. 7, 28), o ardían en la pasión vehemente de dañar de cualquier manera a la Iglesia. Así, pues, ¿cómo podían callar los arzobispos y obispos mexicanos después de la promulgación de tan inicua ley? Y poco después ¿cómo podían dejar de reclamar en cartas tranquilas pero llenas de fuerza; tener Nuestro Antecesor su, exposición como verdadera; aprobarla los obispos todos en común de algunas naciones y la mayoría de los de otras en iniciativas particulares; y confirmarla Nosotros mismos el 25 de Enero de este año, cuando escribimos a todos los obispos mexicanos Nuestra carta consolatoria?
8. Los obispos mitigan y esperan mejores tiempos.
Confiaban a su vez los mismos obispos, que los gobernantes mexicanos llegarían a comprender, tranquilizadas poco a poco las cosas, cuánto daño amenazaba y cuánto peligro a casi todo el pueblo por causa de los artículos de aquella ley con los cuales se disminuía la libertad religiosa, y que, por lo tanto, por causa de la paz, no harían ninguno o casi ningún uso de aquellas determinaciones y que llegarían entre tanto a una manera tolerable de vivir. Pero, aunque los obispos aconsejaban mitigación y a causa de ello el clero el pueblo tuvieron infinita paciencia, se perdió toda esperanza de tranquilidad y de paz.
9. Nueva Ley persecutoria, más severa.
Pues por una ley promulgada por el presidente en Julio de este año (1926), ya entonces no le queda a la Iglesia casi nada de los derechos y de la libertad en aquellas regiones; el ejercicio del sagrado ministerio de tal manera se halla impedido, que es castigado con penas severísimas como un crimen capital. Con este uso tan perverso de la potestad pública Nos conmovemos, Venerables Hermanos, mucho más de lo que es creíble. Pues todo aquel que venera a Dios nuestro Creador y Redentor amantísimo, todo aquel que quiere obedecer a los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, éste, este inocente decimos, debe ser tenido como culpable, éste debe ser privado de los derechos comunes, y debe ser llevado a la cárcel pública con los criminales. Oh i qué bien cuadra a los autores de tales cosas aquello que dijo Cristo Nuestro Señor a los príncipes de los judíos: esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas (Luc. 22, 53). De estas leyes la que se ha dado más recientemente no viene ya a interpretar la antigua, como quieren, sino a hacerla peor y mucho más intolerable; pero las prescripciones de ambas de tal manera las urgen el Presidente de la República y sus Ministros, que ninguno de los gobernadores de los estados federados y ninguno de los magistrados y de los jefes militares se dan reposo en la persecución de los católicos.
10. Campaña de difamación.
a la persecución se siguen las injurias: pues acostumbran unas veces a recriminar a la Iglesia ante el pueblo, otras por medio de impudentísimas mentiras pronunciadas en discursos públicos, quitando a cualquiera de los nuestros la potestad de hablar y de rebatir, con escarnios e injurias, otras por medio de revistas y de diarios enemigos de la verdad y de la acción católica. Y si al principio en los comentarios públicos, mediante la exposición de la verdad y la refutación de las falsedades pudieron los nuestros prestar algún auxilio a la Iglesia e intentar su defensa, a estos ciudadanos, inflamados del amor a la patria, ya no les es permitido clamar por la libertad y la fe tradicional y del culto divino, con paga o sin ella. Pero Nosotros conscientes de nuestra misión apostólica levantaremos la voz; y la pasión de los adversarios por un lado, y la heroica virtud y la constancia de los obispos, de los sacerdotes, de las congregaciones religiosas y de los laicos por otro lado, sépalas todo el orbe católico de labios del Padre común.
11. Clausura de instituciones católicas.
Los sacerdotes extranjeros y los religiosos son expulsados; los colegios destinados a la educación cristiana de los niños y de las niñas son clausurados porque o tienen algún nombre religioso o poseen alguna imagen o estatua sagrada; no por otro motivo son clausurados bastantes seminarios, escuelas, hospitales, monasterios, y los edificios que contienen templos.
12. Limitación del número de sacerdotes y de sus funciones.
Casi en cada una de las ciudades o estados se ha determinado y limitado al mínimum el número de los sacerdotes destinados a desempeñar las sagradas funciones, los cuales además no pueden desempeñarlas si no están inscritos ante el magistrado y han obtenido permiso del mismo. En algunas partes tales son las condiciones que se han puesto para desempeñar el misterio sagrado, que si no se tratase de cosa tan lamentable, movería a risa: por ejemplo que los sacerdotes tengan una edad determinada; que hayan contraído matrimonio civil; que no bauticen sino con agua corriente. En cierto Estado se ha decretado que dentro de sus límites no haya más que un Obispo; por lo cual los otros dos obispos han debido desterrarse de sus propias diócesis. Forzados por la condición de las cosas, algunos otros obispos han debido salir de su sede episcopal; otros han sido llevados a los jueces; muchos han sido detenidos; y los demás están a punto de serlo.
13. Terrorización de las conciencias.
De todos los mexicanos que se ocupan en la instrucción de la juventud o en otros oficios públicos, se les ha preguntado si están con el Presidente de la República o si alaban la guerra hecha a la religión católica; y han sido obligados asimismo, bajo pena de ser apartados de su oficio, a participar en compañía de los soldados y de los obreros en cierta manifestación, organizada por la Asociación socialista que llaman el Obrero Regional Mexicano; esta manifestación, organizada en México, D.F. y en las demás ciudades en el mismo día y disuelta después de impíos discursos dirigidos al pueblo, tuvo como fin que, después de haberse llenado a la Iglesia de injurias, se aprobara en medio de clamores y aplausos populares la acción y los trabajos del mismo Presidente.
14. Enjuiciamiento y encarcelación.
Y no paró aquí la arbitrariedad y crueldad de los enemigos. Hombres y mujeres que defendían la causa de la religión y de la Iglesia ya sea de viva voz, ya con escritos o pequeños comentarios, han sido llamados a juicio y encarcelados; asimismo han sido encarcelados íntegros capítulos de canónigos con ancianos o enfermos; los sacerdotes y otros del pueblo han sido muertos sin misericordia alguna en los caminos, en las plazas, frente a los templos. ¡Ojala que tos que tantas y tan grandes culpas cometen se arrepientan alguna vez y se acojan penitentes a la misericordia de Dios: y estamos persuadidos que Nuestros hijos, muertos injustamente, no piden de Dios otra venganza para sus verdugos que ésta!
II. LA DEFENSA CATÓLICA
15. Carta pastoral aclaratoria de los obispos.
Vamos ahora a exponer, aunque sea brevemente, Venerables Hermanos, cómo los obispos, los sacerdotes y los fieles de México se han levantado y han opuesto un muro alrededor la casa de Israel y se han organizado en guerra (Ezeq. 13, 5).
Por cierto no puede dudarse de que los Obispos mexicanos, por unánime consentimiento, debían probar todos los medios posibles para atender a la libertad y a la dignidad de la Iglesia. Y, primeramente, en una carta dada a todo el pueblo después que demostraron fácilmente que el clero siempre se había conducido pacíficamente, y que asimismo había tratado con los gobernantes de la República con prudencia y con paciencia y había tolerado leyes injustas con ánimos tranquilos, después de haber resumido la doctrina de la Iglesia acerca de su constitución divina, avisaron a los fieles que debían perseverar de tal manera en la religión cristiana, que debían obedecer más a Dios que a los hombres (Act. 5, 29), siempre que se imponían leyes que por su estructura estaban en oposición a la constitución y la vida de la Iglesia.
16. Nuevas cartas definen la posición de la Iglesia frente a la ley de persecución.
Después de haber sido promulgada por el Presidente la inicua ley, por medio de otras cartas comunes afirmaron lo siguiente: que admitir tal ley era lo mismo que negar la Iglesia y entregarla a los gobernantes de los Estados, los cuales por lo demás desistirían de su empeño; que preferían abstenerse del público ejercicio de sus sagradas funciones; y que por lo tanto el culto, que no podía ejercerse sin los sacerdotes, quedaba totalmente suspendido a partir del ultimo día del mes de Julio, en el cual comenzaba a tener vigor aquella ley. Y como los gobernadores mandasen que los templos se entregasen en todas partes a la custodia de laicos, que debía elegir el Presidente del Municipio, y de ninguna manera debía entregarse a los que fueran nombrados o designados por los Obispos o Sacerdotes, por haberse trasladado la posesión de los templos a las manos de los civiles, casi en todas partes los Obispos ordenaron que no admitiesen la elección hecha por los magistrados civiles, y que no entrasen en aquellos templos que dejaban de estar en posesión de la Iglesia; en algunas otras partes sin embargo, según la variedad de las circunstancias, se proveyó de otra manera.
17. Actitudes conciliatorias de la Iglesia.
Pero no penséis, Venerables Hermanos, que los Obispos mexicanos dejaron pasar alguna ocasión y oportunidad de calmar los ánimos y de llegar a la concordia de la conciliación, aunque desconfiasen del buen éxito, y, más aún, desesperasen. Pues consta muy bien que los Obispos reunidos en México en representación de todo el Episcopado Mexicano, enviaron al Presidente de la República una carta sumamente correcta y respetuosa, en favor del Obispo de Huejutlan, el cual había sido tomado preso y llevado en forma indigna con gran acompañamiento de soldados a la ciudad vulgarmente llamada Pachuca; pero no es menos cierto que el Presidente les contestó con una carta llena de ira y de odio. Y como algunos esclarecidos varones, deseosos de la paz, interpusiesen espontáneamente sus oficios para que el mismo Presidente tuviera a bien hablar con el arzobispo de Morelia y el Obispo de Tabasco, después de haber tratado durante mucho tiempo de asuntos gravísimos, disputándose de una y otra parte, no se logró ningún éxito o resultado.
18. Moción respetuosa a la Cámara es rechazada.
Después deliberaron los Obispos si debían pedir al Congreso Público, encargado de las leyes, la abrogación de aquellas que eran contrarias a los derechos de la Iglesia, o más bien, como lo habían hecho antes, resistir pacientemente o como suelen decir pasivamente: pues por muchos motivos pensaban que tal súplica sería enteramente inútil. Presentaron sin embargo el escrito suplicatorio, redactado sabiamente por católicos muy peritos en el derecho y diligentemente meditado por los Obispos: a esta petición de los Obispos, gracias a la diligencia de los socios de la Federación para defender a la libertad religiosa, de la que hablaremos después, muchos de los fieles de ambos sexos dieron su asentimiento por escrito. Lo que tenía que pasar, los Obispos lo habían previsto acertadamente, pues el Congreso Nacional rechazó el escrito propuesto, por unanimidad de sufragios con una sola excepción, y por el único motivo de que los Obispos carecían de personalidad jurídica, habían recurrido al Romano Pontífice y no querían reconocer las leyes nacionales.
19. Resolución de heroica resistencia pese a las amenazas de los gobernadores.
¿Qué más le quedaba por hacer a los Obispos sino manifestar que nada cambiarían en su manera propia de proceder y en la del pueblo, antes de que se suprimiesen las leyes injustas? Los gobernadores de los Estados, abusando de su poder y de la maravillosa paciencia de los ciudadanos, amenazaron al clero y al pueblo mexicano con cosas todavía más graves; pero ¿cómo era posible vencer y superar a hombres que estaban dispuestos a sufrir cualesquiera atropellos antes que se llegase a una transacción tal que sufriera detrimento la causa de la libertad católica?
20. Los sacerdotes fieles a la jerarquía sufren.
Los sacerdotes por su parte imitaron maravillosamente e hicieron suya la constancia de los obispos en medio de las mayores calamidades: los ejemplos egregios de virtudes que ellos nos han dado y de los cuales hemos recibido Nosotros grande consuelo los proponemos y los alabamos ante todo el universo católico "porque son dignos de ello (Apoc. 3, 4). Y en este asunto, cuando pensamos que a pesar de que en México se han utilizado todos los artificios, y que todo el esfuerzo y todas las vejaciones de los adversarios se han dirigido principalmente a este punto, es decir, a que el clero y el pueblo se aparten de la jerarquía sagrada y de la Sede Apostólica, y que sin embargo de todos los sacerdotes, que pasan de cuatro mil, solamente uno u otro ha faltado a su obligación, no hay nada que no podamos esperar del clero mexicano. Pues estos ministros sagrados unidos estrechamente entre sí obedecieron reverente y libremente a los mandatos de sus obispos, aunque esto las más de las veces no podía hacerse sin grave perjuicio para ellos; ellos mismos, como no podían vivir de su sagrado ministerio y por otra parte como la Iglesia reducida a la pobreza no tenía con qué sustentarlos, debieron sobrellevar con paciencia y fortaleza la pobreza y la miseria.
21. La acción sacerdotal; se extreman las medidas.
Celebrar misa en privado; mirar por las necesidades espirituales de los fieles en la medida de sus fuerzas y fomentar y mantener el fuego de la piedad en todos fue la constante preocupación de ellos; y además con su ejemplo, con sus consejos y exhortaciones procuraban levantar la mente de los fieles hacia lo alto, y confirmar los ánimos para perseverar pacientemente. ¿Quién se admirará que la ira y la rabia de los enemigos se haya dirigido principalmente contra los sacerdotes? Pero ellos, siempre que fue necesario, no dudaron en sobrellevar con rostro sereno y con fortaleza de ánimo la cárcel y la misma muerte. Pues lo que se ha anunciado en los últimos días ha sobrepasado las mismas leyes injustas de que hemos hecho mención y sólo es compatible con la máxima impiedad; pues repentinamente se hace irrupción en las casas donde los sacerdotes están celebrando, y se viola irreverentemente la sagrada eucaristía, y los mismos sacerdotes son llevados a la cárcel.
22. Los fieles también oponen resistencia.
Tampoco se hablará bastante de los esforzados fieles de México, los cuales entendieron muy bien cuánto les interesa a ellos que la nación católica en asuntos santísimos y gravísimos —cuales son el culto a Dios, la libertad de la Iglesia y la eterna salvación de las almas—-, no dependa del arbitrio y la audacia de unos pocos, sino que sea regida por leyes justas, que estén conformes con el derecho natural, divino y eclesiástico y finalmente con la bondad de Dios.
23. Ejemplar conducta de las asociaciones católicas.
Pero merecen una alabanza verdaderamente singular las asociaciones católicas, que en la presente situación vienen a ser como legiones que custodian al clero, pues sus socios, en cuanto de ellos depende, no solamente se preocupan de alimentar y sustentar a los sacerdotes, sino que también vigilan los templos, instruyen los niños en la doctrina cristiana, y como guardias procuran, avisando a los sacerdotes, que ninguno de ellos quede falto de la debida custodia. Esto en general: sin embargo, deseamos decir algo de las principales asociaciones para que cada una de ellas sepa que el Vicario de JESUCRISTO las aprueba y las alaba vehementemente.
24. La Asociación de los Padres de Familia, los Caballeros de Colón y Federación de defensa.
Y para venir a Nuestro propósito, la Sociedad de los Caballeros de Colón, la cual se extiende por toda la república, está formada afortunadamente por hombres activos y trabajadores, que por el manejo de los negocios, por la abierta profesión de fe y por el deseo de ayudar a la Iglesia son muy recomendables; y lleva adelante principalmente dos cosas, que en el tiempo presente son sumamente oportunas: Nos referimos a la asociación de padres de familia de toda la nación, los cuales se proponen no solamente educar cristianamente a sus hijos, sino también defender el derecho que los padres cristianos tienen de educar libremente a sus hijos, y puesto que ellos frecuentan las escuelas públicas, de enseñarles plena y debidamente la doctrina cristiana; Nos referimos también a la Federación para defender la libertad religiosa, fundada últimamente cuando se vio evidentemente que males enormes amenazaban al catolicismo. Esta Federación, extendida por toda la nación, tiene por objeto que sus socios trabajen asidua y concordemente para que de todos los católicos se forme un ejército ordenado e instruido que se oponga a los adversarios.
25. La Acción Católica de la Juventud y de las Madres.
No de otra manera que los Caballeros de Colón merecen de la Iglesia y de la patria otras dos asociaciones, las que tienen como objeto propio la llamada acción católica social: es decir la Sociedad Católica de la Juventud Mexicana y la Unión o Asociación Católica de Madres Mexicanas. Ambas sociedades, además de los intereses que les son propios, tienen cuidado de fomentar y ayudar las iniciativas de la Federación en defensa de la libertad religiosa, que antes hemos mencionado. Pero no podemos en este punto tratarlo todo detenidamente: una sola cosa deseamos referir, Venerables Hermanos, y es que todos los socios y socias de estas asociaciones de tal manera están libres del miedo, que no solamente no rehuyen sino que buscan los peligros y aún se alegran cuando deben sufrir alguna acerbidad de los enemigos. ¡Oh espectáculo hermosísimo, dado al mundo, a los ángeles y a los hombres! ¡Oh gesta que debe ser celebrada con la alabanza eterna! Pues como ya anteriormente hemos dicho, son muchos los caballeros de Colón o los directores de la Asociación o las madres de familia o los jóvenes, que han sido encarcelados, llevados por las calles rodeados de soldados, encerrados en cárceles inmundas, tratados duramente, colmados de penas y de multas.
26. Heroísmo de mártires de la juventud.
Más aún, Venerables Hermanos, aún de aquellos adolescentes y jóvenes hay algunos —y no podemos contener las lágrimas—, que llevando en las manos el Rosario, y aclamando a Cristo Rey, sufrieron espontáneamente la muerte; a nuestras jóvenes llevadas a la cárcel se las ha tratado con injurias indignísimas, esto se ha divulgado de intento para apartar a las demás de sus obligaciones.
27. La Iglesia no sucumbirá como no sucumbió en el pasado.
Cuándo, Venerables Hermanos, Dios pondrá fin en su benignidad y moderación a estas calamidades nadie puede preverlo: pero esto es lo único que sabemos, que al fin algún día la Iglesia Mexicana descansará de esta tempestad calamitosa, porque, como nos lo dicen los divinos oráculos, no hay sabiduría, no hay prudencia, no hay consejo contra Dios (Prov. 21, 30), y contra la Inmaculada Esposa de Cristo no prevalecerán las puertas del infierno (Mat. 16, 18).
La Iglesia, que ha nacido para la inmortalidad, desde el día de Pentecostés, desde el cual fue enriquecida por las luces y los dones del Paráclito y salió por primera vez de su retiro del Cenáculo a la luz y a la fama de los hombres, ¿qué otra cosa hizo en este espacio de veinte siglos y entre todas las gentes sino a ejemplo de su Fundador pasó haciendo el bien? (Act. 10, 38). Estos beneficios de todo género debieron conciliar el amor de todos hacia la Iglesia; pero sucedió lo contrario, como, por lo demás, el mismo Divino Maestro lo había anunciado clarísimamente (Mat. 10, 17-25). Así pues, la navecilla de PEDRO unas veces con vientos favorables siguió su curso maravillosa y gloriosamente, pero otras veces pareció que iba a ser tragada por las olas y quedar totalmente sumergida: pero acaso ¿no está gobernada por aquel divino Piloto, quien en el tiempo oportuno calmará las iras de los vientos y de las olas? Las vejaciones con que es atormentado el nombre católico, Cristo que es el único que todo lo puede, manda que sirvan para la utilidad de la Iglesia: pues esto, según testimonio de HILARIO, es propio de la Iglesia, que entonces vence cuando es herida, entonces es entendida cuando es contradicha, y entonces triunfa cuando es abandonada (S. Hilar. Pictav., De Trinitate, 1. 7, 4 [Migue, Patrol. Lat., 10, 202]).
28. Por prejuicios desconocen la magna obra civilizadora de la Iglesia en Méjico.
Y si todos aquellos que en la República de México se ensañan contra sus hermanos y ciudadanos, los cuales no son reos de ningún crimen a no ser de guardar las leyes de Dios, considerasen las cosas de su patria con la mente libre de prejuicios y las meditasen atentamente, no podría menos de suceder que reconocieran y confesaran que cuanto hay en su patria de civilización y de cultura y de humanidad, cuanto de bueno, cuanto de bello, ha nacido sin duda ninguna de la Iglesia. Pues nadie ignora que desde el primer momento en que se organizó allí el cristianismo los sacerdotes, y principalmente los religiosos que actualmente son detenidos y tratados con tanta ingratitud y acerbidad, aunque impedidos por grandes dificultades, las cuales las creaban por una parte los colonos con su excesivo deseo del oro, y por otra parte los indígenas todavía fieros, sin embargo con gran trabajo consiguieron que no solamente el esplendor del culto divino y los beneficios de la fe católica, sino también las obras y las instituciones de caridad y finalmente los colegios y las escuelas para enseñar las letras a los indígenas y para cultivar las disciplinas sagradas y profanas y las artes liberales y los oficios, abundaran en aquella extensa región.
EPÍLOGO
29. Oración a la Virgen de Guadalupe por la paz religiosa de Méjico.
No queda más, Venerables Hermanos, sino que imploremos y roguemos a Nuestra Señora de Guadalupe, celeste patrona de la nación mexicana, que quiera, que borradas las injurias que a ella misma se le han inferido, restituya a su pueblo los dones de la paz y de la concordia. Pero si por el secreto designio de Dios, aquel día tan deseado todavía estuviera lejos, llene los ánimos de los fieles mexicanos de todos los consuelos y los fortalezca para luchar por la libertad de la Religión que profesan.
30. Bendición Apostólica.
Entre tanto, como prenda y auspicio de las gracias y de Nuestra benevolencia paterna, a vosotros, Venerables Hermanos, a aquellos principalmente que dirigen las Diócesis mexicanas, al clero y a todo vuestro pueblo, os damos con amor la Bendición Apostólica. ¦ Dado en Roma, en San Pedro, el día 18 del mes de Noviembre del año 1926, quinto de Nuestro Pontificado.
PÍO PAPA XI.
Versión en Inglés:
INIQUIS AFFLICTISQUE
ENCYCLICAL OF POPE PIUS XI
ON THE PERSECUTION OF THE CHURCH IN MEXICO
TO THE VENERABLE BRETHREN, THE PATRIARCHS, PRIMATES,
ARCHBISHOPS, BISHOPS, AND OTHER ORDINARIES
IN PEACE AND COMMUNION WITH THE APOSTOLIC SEE.
In speaking to the Sacred College of Cardinals at the Consistory of last December, We pointed out that there existed no hope or possibility of relief from the sad and unjust conditions under which the Catholic religion exists today in Mexico except it be by a "special act of Divine Mercy." You, Venerable Brothers, did not delay to make your own and approve Our convictions and Our wishes in this regard, made known to you on so many occasions, for by every means within your power you urged all the faithful committed to your pastoral care to implore by instant prayers the Divine Founder of the Church that He bring some relief from the heavy burden of these great evils.
2. We designedly use the words "the heavy burden of these great evils" for certain of Our children, deserters from the army of Jesus Christ and enemies of the Common Father of all, have ordered and are continuing up to the present hour a cruel persecution against their own brethren, Our most beloved children of Mexico. If in the first centuries of our era and at other periods in history Christians were treated in a more barbarous fashion than now, certainly in no place or at no time has it happened before that a small group of men has so outraged the rights of God and of the Church as they are now doing in Mexico, and this without the slightest regard for the past glories of their country, with no feelings of pity for their fellow-citizens. They have also done away with the liberties of the majority and in such a clever way that they have been able to clothe their lawless actions with the semblance of legality.
3. Naturally, We do not wish that either you or the faithful should fail to receive from Us a solemn testimonial of Our gratitude for the prayers which, according to Our intention were poured forth in private and at public functions. It is most important, too, that these prayers which have been so powerful an aid to Us should be continued, and even increased, with renewed fervor. It is assuredly not in the power of man to control the course of events or of history, nor can he direct them as he may desire to the welfare of society by changing either the minds or hearts of his fellow-men. Such action, however, is well within the power of God, for He without doubt can put an end, if He so desires, to persecutions of this kind. Nor must you conclude, Venerable Brothers, that all your prayers have been in vain simply because the Mexican Government, impelled by its fanatical hatred of religion, continued to enforce more harshly and violently from day to day its unjust laws. The truth is that the clergy and the great majority of the faithful have been so strengthened in their longsuffering resistance to these laws by such an abundant shower of divine grace that they have been enabled thereby to give a glorious example of heroism. They have justly merited, too, that We, in a solemn document executed by Our Apostolic authority, should make known this fortitude to the whole Catholic world.
4. Last month on the occasion of the beatification of many martyrs of the French Revolution, spontaneously the Catholics of Mexico came to Our thoughts, for they, like those martyrs, have remained firm in their resolution to resist in all patience the unreasonable behests and commands of their persecutors rather than cut themselves off from the unity of the Church or refuse obedience to this Apostolic See. Marvelous indeed is the glory of the Divine Spouse of Christ who, through the course of the centuries, can depend, without fail, upon a brave and generous offspring ever ready to suffer prisons, stripes, and even death itself for the holy liberty of the Church!
5. It is scarcely necessary, Venerable Brothers, to go back very far in order to narrate the sad calamities which have fallen upon the Church of Mexico. It is sufficient to recall that the frequent revolutions of modern times have ended in the majority of cases in trials for the Church and persecutions of religion. Both in 1914 and in 1915 men who seemed veritably inspired by the barbarism of former days persecuted the clergy, both secular and regular, and the sisters. They rose up against holy places and every object used in divine worship and so ferocious were they that no injury, no ignominy, no violence was too great to satisfy their persecuting mania.
6. Referring now to certain notorious facts concerning which We have already raised Our voice in solemn protest and which even the daily press recorded at great length, there is no need to take up much space in telling you of certain deplorable events which occurred even in the very recent past with reference to Our Apostolic Delegates to Mexico. Without the slightest regard for justice, for solemn promises given, or for humanity itself, one of these Apostolic Delegates was driven out of the country; another, who because of illness had left the Republic for a short time, was forbidden to return, and the third was also treated in a most unfriendly manner and forced to leave. Surely there is no one who cannot understand that such acts as these, committed against illustrious personages who were both ready and willing to bring about peace, must be construed as a great affront to their dignity as Archbishops, to the high office which they filled, and particularly to Our authority which they represented.
7. Unquestionably the events just cited are grave and deplorable. But the examples of despotic power which We will now pass in review, Venerable Brothers, are beyond all compare, contrary to the rights of the Church, and most injurious as well to the Catholics of Mexico.
8. In the first place, let us examine the law of 1917, known as the "Political Constitution" of the federated republic of Mexico. For our present purposes it is sufficient to point out that after declaring the separation of Church and State the Constitution refuses to recognize in the Church, as if she were an individual devoid of any civil status, all her existing rights and interdicts to her the ac quisition of any rights whatsoever in the future. The civil authority is given the right to interfere in matters of divine worship and in the external discipline of the Church. Priests are put on the level of professional men and of laborers but with this important difference, that they must be not only Mexicans by birth and cannot exceed a certain number specified by law, but are at the same time deprived of all civil and political rights. They are thus placed in the same class with criminals and the insane. Moreover, priests not only must inform the civil authorities but also a commission of ten citizens whenever they take possession of a church or are transferred to another mission. The vows of religious, religious orders, and religious congregations are outlawed in Mexico. Public divine worship is forbidden unless it take place within the confines of a church and is carried on under the watchful eye of the Government. All church buildings have been declared the property of the state. Episcopal residences, diocesan offices, seminaries, religious houses, hospitals, and all charitable institutions have been taken away from the Church and handed over to the state. As a matter of fact, the Church can no longer own property of any kind. Everything that it possessed at the period when this law was passed has now become the property of the state. Every citizen, moreover, has the right to denounce before the law any person whom he thinks is holding in his own name property for the Church. All that is required in order to make such action legal is a mere presumption of guilt. Priests are not allowed by law to inherit property of any kind except it be from persons closely related to them by blood. With reference to marriage, the power of the Church is not recognized. Every marriage between Catholics is considered valid if contracted validly according to the prescriptions of the civil code.
9. Education has been declared free, but with these important restrictions: both priests and religious are forbidden to open or to conduct elementary schools. It is not permitted to teach children their religion even in a private school. Diplomas or degrees conferred by private schools under control of the Church possess no legal value and are not recognized by the state. Certainly, Venerable Brothers, the men who originated, approved, and gave their sanction to such a law either are totally ignorant of what rights pertain jure divino to the Church as a perfect society, established as the ordinary means of salvation for mankind by Jesus Christ, Our Redeemer and King, to which He gave the full liberty of fulfilling her mission on earth (such ignorance seems incredible today after twenty centuries of Christianity and especially in a Catholic nation and among men who have been baptized, unless in their pride and foolishness they believe themselves able to undermine and destroy the "House of the Lord which has been solidly constructed and strongly built on the living rock") or they have been motivated by an insane hatred to attempt anything within their power in order to harm the Church. How was it possible for the Archbishops and Bishops of Mexico to remain silent in the face of such odious laws?
10. Immediately after their publication the hierarchy of Mexico protested in kind but firm terms against these laws, protests which Our Immediate Predecessor ratified, which were approved as well by the whole hierarchies of other countries, as well as by a great majority of individual bishops from all over the world, and which finally were confimed even by Us in a letter of consolation of the date of the second of February, 1926, which We addressed to the Bishops of Mexico. The Bishops hoped that those in charge of the Government, after the first outburst of hatred, would have appreciated the damage and danger which would accrue to the vast majority of the people from the enforcement of those articles of the Constitution restrictive of the liberty of the Church and that, therefore, out of a desire to preserve peace they would not insist on enforcing these articles to the letter, or would enforce them only up to a certain point, thus leaving open the possibility of a modus vivendi, at least for the time being.
11. In spite of the extreme patience exhibited in these circumstances by both the clergy and laity, an attitude which was the result of the Bishops' exhorting them to moderation in all things, every hope of a return to peace and tranquillity was dissipated, and this as a direct result of the law promulgated by the President of the Republic on the second of July, 1926, by virtue of which practically no liberty at all was left the Church. As a matter of fact, the Church was barely allowed to exist. The exercise of the sacred ministry was hedged about by the severest penalties as if it were a crime worthy of capital punishment. It is difficult, Venerable Brothers, to express in language how such perversion of civil authority grieves Us. For whosoever reveres, as all must, God the Creator and Our Beloved Redeemer, whosoever will obey the laws of Holy Mother Church, such a man, We repeat, such a man is looked on as a malefactor, as guilty of a crime; such a man is considered fit only to be deprived of all civil rights; such a man can be thrown into prison along with other criminals. With what justice can We apply to the authors of these enormities the words which Jesus Christ spoke to the leaders of the Jews: "This is your hour, and the power of darkness." (Luke xxii, 53)
12. The most recent law which has been promulgated as merely an interpretation of the Constitution is as a matter of fact much worse than the original law itself and makes the enforcement of the Constitution much more severe, if not almost intolerable. The President of the Republic and the members of his ministry have insisted with such ferocity on the enforcement of these laws that they do not permit the governors of the different states of the Confederation, the civil authorities, or the military commanders to mitigate in the least the rigors of the persecution of the Catholic Church. Insult, too, is added to persecution. Wicked men have tried to place the Church in a bad light before the people; some, for example, uttering the most brazen lies in public assemblies. But when a Catholic tries to answer them, he is prevented from speaking by catcalls and personal insults hurled at his head. Others use hostile newspapers in order to obscure the truth and to malign "Catholic Action."
13. If, at the beginning of the persecution, Catholics were able to make a defense of their religion in the public press by means of articles which made clear the truth and answered the lies and errors of their enemies, it is now no longer permitted these citizens, who love their country just as much as other citizens do, to raise their voices in protest. As a matter of fact, they are not even allowed to express their sorrow over the injuries done to the Faith of their fathers and to the liberty of divine worship. We, however, moved profoundly as We are by the consciousness of the duties imposed upon Us by our Apostolic office, will cry out to heaven, Venerable Brothers, so that the whole Catholic world may hear from the lips of the Common Father of all the story of the insane tyranny of the enemies of the Church, on the one hand, and on the other that of the heroic virtue and constancy of the bishops, priests, religious congregations, and laity ot Mexico.
14. All foreign priests and religious men have been expelled from the country. Schools for the religious education of boys and girls have been closed, either because they are known publicly under a religious name or because they happen to possess a statue or some other religious object. Many seminaries likewise, schools, insane asylums, convents, institutions connected with churches have been closed. In practically all the states of the Republic the number of priests who may exercise the sacred ministry has been limited and fixed at the barest minimum. Even these latter are not allowed to exercise their sacred office unless they have beforehand registered with the civil authorities and have obtained permission from them so to function. In certain sections of the country restrictions have been placed on the ministry of priests which, if they were not so sad, would be laughable in the extreme. For example, certain regulations demand that priests must be of an age fixed by law, that they must be civilly married, and they are not allowed to baptize except with flowing water. In one of the states of the Confederation it has been decreed that only one bishop is permitted to live within the territory of said state, by reason of which law two other bishops were constrained to exile themselves from their dioceses. Moreover, because of circumstances imposed upon them by law, some bishops have had to leave their diocese, others have been forced to appear before the courts, several were arrested, and practically all the others live from day to day in imminent danger of being arrested.
15. Again, every Mexican citizen who is engaged in the education of children or of youth, or holds any public office whatsoever, has been ordered to make known publicly whether he accepts the policies of the President and approves of the war which is now being waged on the Catholic Church. The majority of these same individuals were forced, under threat of losing their positions, to take part, together with the army and laboring men, in a parade sponsored by the Regional Confederation of the Workingmen of Mexico, a socialist organization. This parade took place in Mexico City and in other towns of the Republic on the same day. It was followed by impious speeches to the populace. The whole procedure was organized to obtain, by means of these public outcries and the applause of those who took part in it, and by heaping all kinds of abuse on the Church, popular approval of the acts of the President.
16. But the cruel exercise of arbitrary power on the part of the enemies of the Church has not stopped at these acts. Both men and women who defended the rights of the Church and the cause of religion, either in speeches or by distributing leaflets and pamphlets, were hurried before the courts and sent to prison. Again, whole colleges of canons were rushed off to jail, the aged being carried there in their beds. Priests and laymen have been cruelly put to death in the very streets or in the public squares which front the churches. May God grant that the responsible authors of so many grave crimes return soon to their better selves and throw themselves in sorrow and with true contrition on the divine mercy; We are convinced that this is the noble revenge on their murderers which Our children who have been so unjustly put to death are now asking from God.
17. We think it well at this point, Venerable Brothers, to review for you in a few words how the bishops, priests, and faithful of Mexico have organized resistance and "set up a wall for the House of Israel, to stand in battle." (Ezech. xiii, 5)
18. There cannot be the slightest doubt of the fact that the Mexican hierarchy have unitedly used every means within their power to defend the liberty and good name of the Church. In the first place, they indited a joint pastoral letter to their people in which they proved beyond cavil that the clergy had always acted toward the rulers of the Republic motivated by a love for peace, with prudence and in all patience; that they had even suffered, in a spirit of almost too much tolerance, laws which were unjust; they admonished the faithful, outlining the divine constitution of the Church, that they, too, must always persevere in their religion, in such a way that they shall "obey God rather than men" (Acts v, 19) on every occasion when anyone tries to impose on them laws which are no less contrary to the very idea of law and do not merit the name of law, as they are inimical to the constitution and existence itself of the Church.
19. When the President of the Republic had promulgated his untimely and unjust decree of interpretation of the Constitution, by means of another joint pastoral letter the Bishops protested and pointed out that to accept such a law was nothing less than to desert the Church and hand her over a slave to the civil authorities. Even if this had been done, it was apparent to all that such an act would neither satisfy her persecutors nor stop them in the pursuit of their nefarious intentions. The Bishops in such circumstances preferred to put an end to public religious functions. Therefore, they ordered the complete suspension of every act of public worship which cannot take place without the presence of the clergy, in all the churches of their diocese, beginning the last day of July, on which day the law in question went into effect. Moreover, since the civil authorities had ordered that all the churches must be turned over to the care of laymen, chosen by the mayors of the different municipalities, and could not be held in any manner whatsoever by those who were named or designated for such an office by the bishops or priests, which act transferred the possessions of the churches from the ecclesiastical authority to that of the state, the Bishops practically everywhere interdicted the faithful from accepting a place on such committees bestowed on them by the Government and even from entering a church which was no longer under the control of the Church. In some dioceses, due to difference of time and place, other arrangements were made.
20. In spite of all this, do not think, Venerable Brothers, that the Mexican hierarchy lost any opportunity or occasion by means of which they might do their part in calming popular feelings and bringing about concord despite the fact that they distrusted, or it would be better perhaps to say despaired of, a happy outcome to all these troubles. It is sufficient to recall in this context that the Bishops of Mexico City, who act in the capacity of procurators for their colleagues, wrote a very courteous and respectful letter to the President of the Republic in the interests of the Bishops of Huejutla, who had been arrested in a most outrageous manner and with a great display of armed force, and had been ordered taken to the city of Pachuca. The President replied to this letter by means of a hateful angry screed, a fact now become notorious. Again, when it happened that certain personages, lovers of peace, had spontaneously intervened so as to bring about a conversation between the President and the Archbishop of Morelia and the Bishop of Tabasco, the parties in question talked together for a long time and on many subjects, but with no results. Again, the Bishops debated whether they should ask the House of Representatives for the abrogation of those laws which were against the rights of the Church or if they should continue, as before, their so-called passive resistance to these laws. As a matter of fact, there existed many good reasons which seemed to them to render useless the presentation of such a petition to Congress. However, they did present the petition, which was written by Catholics quite capable of doing so because of their knowledge of law, every word of which was, moreover, weighed by the Bishops themselves with the utmost care. To this petition of the hierarchy there was added, due to the zealous efforts of the members of the Federation for the Defense of Religious Liberty, about which organization We shall have something to say later on in this letter, a great number of signatures of citizens, both men and women.
21. The Bishops had not been wrong in their anticipations of what would take place. Congress rejected the proposed petition almost unanimously, only one voting in favor of it, and the reason they alleged for this act was that the Bishops had been deprived of juridical personality, since they had already appealed in this matter to the Pope and therefore they had proven themselves unwilling to acknowledge the laws of Mexico. Such being the facts, what remained for the Bishops to do if not to decide that, until these unjust laws had been repealed, neither they nor the faithful would change in the slightest the policy which they had adopted? The civil authorities of Mexico, abusing both their power and the really remarkable patience of the people, are now in a position to menace the clergy and the Mexican people with even more severe punishments than those already inflicted. But how are we to overcome and conquer men of this type who are committed to the use of every type of infamy, unless we are willing, as they insist, to conclude an agreement with them which cannot but injure the sacred cause of the liberty of the Church?
22. The clergy have imitated the truly wonderful example of constancy given them by the Bishops and have themselves in turn given no less brilliant an example of fortitude through all the tedious changes of the great conflict. This example of extraordinary virtue on their part has been a great comfort to Us. We have made it known to the whole Catholic world and We praise them because "they are worthy." (Apoc. iii, 4) And in this special context, when We recall that every imaginable artifice was employed, that all the power and vexatious tactics of our adversaries had but one purpose, to alienate both the clergy and people from their allegiance to the hierarchy and to this Apostolic See, and that despite all this only one or two priests, from among the four thousand, betrayed in a shameful manner their holy office, it certainly seems to Us that there is nothing which We cannot hope for from the Mexican clergy.
23. As a matter of fact, We behold these priests standing shoulder to shoulder, obedient and respectful to the commands of their prelates despite the fact that to obey means in the majority of cases serious dangers for themselves, for they must live from their holy office, and since they are poor and do not themselves possess anything and the Church cannot support them, they are obliged to live bravely in poverty and in misery; they must say Mass in private; they must do all within their power to provide for the spiritual needs of their flocks, to keep alive and increase the flame of piety in those round about them; moreover, by their example, counsels and exhortations, they must lift the thoughts of their fellow citizens to the highest ideals and strengthen their wills so that they, too, will persevere in their passive resistance. Is it any wonder, then, that the wrath and blind hatred of our enemies are directed principally and before all else against the priesthood? The clergy, on their side, have not hesitated to go to prison when ordered, and even to face death itself with serenity and courage. We have heard recently of something which surpasses anything as yet perpetrated under the guise of these wicked laws, and which, as a matter of fact, sounds the very depths of wickedness, for We have learned that certain priests were suddenly set upon while celebrating Mass in their own homes or in the homes of friends, that the Blessed Eucharist was outraged in the basest manner, and the priests themselves carried off to prison.
24. Nor can We praise enough the courageous faithful of Mexico who have understood only too well how important it is for them that a Catholic nation in matters so serious and holy as the worship of God, the liberty of the Church, and the eternal salvation of souls should not depend upon the arbitrary will and audacious acts of a few men, but should be governed under the mercy of God only by laws which are just, which are conformable to natural, divine, and ecclesiastical law.
25. A word of very special praise is due those Catholic organizations, which during all these trying times have stood like soldiers side to side with the clergy. The members of these organiza tions, to the limit of their power, not only have made provisions to maintain and assist their clergy financially, they also watch over and take care of the churches, teach catechism to the children, and like sentinels stand guard to warn the clergy when their ministrations are needed so that no one may be deprived of the help of the priest. What We have just written is true of all these organizations. We wish, however, to say a word in particular about the principal organizations, so that each may know that it is highly ap proved and even praised by the Vicar of Jesus Christ.
26. First of all We mention the Knights of Columbus, an organization which is found in all the states of the Republic and which fortunately is made up of active and industrious members who, because of their practical lives and open profession of the Faith, as well as by their zeal in assisting the Church, have brought great honor upon themselves. This organization promotes two types of activites which are needed now more than ever. In the first place, the National Sodality of Fathers of Families, the program of which is to give a Catholic education to their own children, to protect the rights of Christian parents with regard to education, and in cases where children attend the public schools to provide for them a sound and complete training in their religion. Secondly, the Federation for the Defense of Religious Liberty, which was recently organized when it became clear as the noonday sun that the Church was menaced by a veritable ocean of troubles. This Federation soon spread to all parts of the Republic. Its members attempted, working in harmony and with assiduity, to organize and instruct Catholics so that they would be able to present a united invincible front to the enemy.
27. No less deserving of the Church and the fatherland as the Knights of Columbus have been and still are, We mention two other organizations, each of which has, following its own program, a special relation to what is known as "Catholic Social Action." One is the Catholic Society of Mexican Youth, and the other, the Union of Catholic Women of Mexico. These two sodalities, over and above the work which is special to each of them, promote and do all they can to have others promote the activities of the above-mentioned Federation for the Defense of Religious Liberty. Without going into details about their work, with pleasure We desire to call to your attention, Venerable Brothers, but a single fact, namely, that all the members of these organizations, both men and women, are so brave that, instead of fleeing danger, they go out in search of it, and even rejoice when it falls to their share to suffer persecution from the enemies of the Church. What a beautiful spectacle this, that is thus given to the world, to angels, and to men! How worthy of eternal praise are such deeds! As a matter of fact, as We have pointed out above, many individuals, members either of the Knights of Columbus, or officers of the Federation, of the Union of Catholic Women of Mexico, or of the Society of Mexican Youth, have been taken to prison handcuffed, through the public streets, surrounded by armed soldiers, locked up in foul jails, harshly treated, and punished with prison sentences or fines. Moreover, Venerable Brothers, and in narrating this We can scarcely keep back Our tears, some of these young men and boys have gladly met death, the rosary in their hands and the name of Christ King on their lips. Young girls, too, who were imprisoned, were criminally outraged, and these acts were deliberately made public in order to intimidate other young women and to cause them the more easily to fail in their duty toward the Church.
28. No one, surely, Venerable Brothers, can hazard a prediction or foresee in imagination the hour when the good God will bring to an end such calamities. We do know this much: The day will come when the Church of Mexico will have respite from this veritable tempest of hatred, for the reason that, according to the words of God "there is no wisdom, there is no prudence, there is no counsel against the Lord" (Prov. xxi, 30) and "the gates of hell shall not prevail" (Matt. xvi, 18) against the Spotless Bride of Christ.
29. The Church which, from the day of Pentecost, has been destined here below to a never-ending life, which went forth from the upper chamber into the world endowed with the gifts and inspirations of the Holy Spirit, what has been her mission during the last twenty centuries and in every country of the world if not, after the example of her Divine Founder, "to go about doing good"? (Acts x, 38) Certainly this work of the Church should have gained for her the love of all men; unfortunately the very contrary has happend as her Divine Master Himself predicted (Matt. x, 17, 25) would be the case. At times the bark of Peter, favored by the winds, goes happily forward; at other times it appears to be swallowed up by the waves and on the point of being lost. Has not this ship always aboard the Divine Pilot who knows when to calm the angry waves and the winds? And who is it but Christ Himself Who alone is all-powerful, who brings it about that every persecution which is launched against the faithful should react to the lasting benefit of the Church? As St. Hilary writes, "it is a prerogative of the Church that she is the vanquisher when she is persecuted, that she captures our intellects when her doctrines are questioned, that she conquers all at the very moment when she is abandoned by all." (St. Hilary of Poitiers De Trinitate, Bk. VII, No. 4)
30. If those men who now in Mexico persecute their brothers and fellowcitizens for no other reason than that these latter are guilty of keeping the laws of God, would only recall to memory and consider dispassionately the vicissitudes of their country as history reveals them to us, they must recognize and publicly confess that whatever there is of progress, of civilization, of the good and the beautiful, in their country is due solely to the Catholic Church. In fact every man knows that after the introduction of Christianity into Mexico, the priests and religious especially, who are now being persecuted with such cruelty by an ungrateful government, worked without rest and despite all the obstacles placed in their way, on the one hand by the colonists who were moved by greed for gold and on the other by the natives who were still barbarians, to promote greatly in those vast regions both the splendor of the worship of God and the benefits of the Catholic religion, works and institutions of charity, schools and colleges for the education of the people and their instruction in letters, the sciences, both sacred and profane, in the arts and the crafts.
31. One thing more remains for Us to do, Venerable Brothers, namely, to pray and implore Our Lady of Guadalupe, heavenly patroness of the Mexican people, that she pardon all these injuries and especially those which have been committed against her, that she ask of God that peace and concord may return to her people. And if, in the hidden designs of God that day which We so greatly desire is far distant, may she in the meantime console her faithful children of Mexico and strengthen them in their resolve to maintain their liberty by the profession of their Faith.
32. In the meanwhile, as an augury of the grace of God and as proof of Our fatherly love, We bestow from Our heart on you, Venerable Brothers, and especially on those bishops who rule the Church of Mexico, on all your clergy and your people, the Apostolic Blessing.
Given at Rome, at St. Peter's, on the eighteenth day of November, in the year 1926, the fifth of Our Pontificate.
PIUS XI
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