Los guardianes de nuestros hermanos

Los guardianes de nuestros hermanos 5/1/2010 La caridad y la unidad, no el egoísmo y el relativismo, constituyen la base de la estabilidad económica por Carl A. Anderson, Caballero Supremo Carl A. Anderson A principios de este año, en una conferencia para líderes de la economía, tuve la portunidad de escuchar al Premio Nobel Muhammad Yunnus defender una nueva forma de capitalismo. Yunus es uno de los “empresarios sociales” más importantes del mundo, y usa las herramientas y destrezas de un empresario para crear un cambio positivo en la sociedad. Ganó el Premio Nobel en 2006 por su labor en la microbanca, que presta pequeñas sumas a los pobres. Lo que dijo me impresionó. Explicó que es importante ofrecer un “capitalismo generoso” como alternativa ante el “capitalismo egoísta”. Hay que brindar a los líderes de negocios esta elección, dijo. Pero cuanto más reflexionaba sobre sus palabras, más aumentaba mi desacuerdo con su planteamiento. No necesitamos preguntarnos “¿Debo ser egoísta o generoso?”. Más bien, la pregunta es la que aparece en las primeras páginas del Génesis: “¿Soy el guardián de mi hermano?” (Gen 4, 9). Tenemos que darnos cuenta de que la respuesta es un sonoro “Sí”. Y como Caballeros de Colón, no existe para nosotros otra forma de interpretar la importancia de la caridad, la unidad y la fraternidad, si no es respondiendo “Sí”. Al reflexionar sobre esto, pensé en una persona que yo considero como uno de los grandes empresarios del siglo XIX, alguien cuya labor conocemos todos: el Padre Michael J. McGivney. El Padre McGivney fundó Caballeros de Colón porque comprendía que él era el guardián de su hermano. Con ello, estableció lo que se ha convertido en un modelo de negocio próspero y lleno de vida, gracias a que todos seguimos contestando “Sí, somos los guardianes de nuestros hermanos”. Damos prioridad a nuestros hermanos Caballeros — y sus bienes que confían a nuestra protección — ante la ganancia. Este compromiso es lo que ha mantenido a Caballeros de Colón sólido y rentable a pesar de los enormes cambios en la economía durante los últimos 128 años. Cambian los modelos económicos, pero no el éxito que se obtiene haciendo lo correcto y dando prioridad a las personas. Nuestro modelo fraternal, que se guía por los principios de la caridad, unidad y fraternidad, no es algo que solo tenga valor en una organización católica. De hecho, éste es el modelo que se necesita para un sistema económico realmente sustentable. Si la comunidad financiera en general hubiera adoptado este modelo en el pasado, no habríamos sufrido el dolor y la turbulencia del último año y medio. El poeta inglés John Donne escribió en una ocasión: “Ningún hombre es una isla, completa en sí misma; todo hombre es parte de un continente, parte de lo principal ... Y la muerte de todo hombre me disminuye, porque tengo que ver con la humanidad.” Esto es cierto en nuestras familias, nuestras parroquias y nuestros consejos, y en especial en lo que realizamos hoy en el trabajo, en las decisiones comerciales que tomamos. Por desgracia, los que aún creen en la opción del “capitalismo egoísta” han promovido la ilusión de que nuestra sociedad y economía pueden prosperar en un mar de relativismo moral. La realidad económica es que no puede. Pues “ningún hombre es una isla” y solo cuando nos damos cuenta de que todos estamos interrelacionados podemos construir efectivamente el puerto de abrigo que todos buscan. Cuando el Papa Benedicto XVI criticó la “dictadura del relativismo” poco antes de su elección en 2005, la mayoría aplicó sus palabras a cuestiones morales. Ahora nos damos cuenta de que su sentido era aun más amplio. Como lo muestra la crisis económica actual, la pesada mano del relativismo tiene tanta culpa en el área de los negocios como el fracaso de los modelos y las previsiones de la economía. Nuestra tarea es entonces la de darnos cuenta de que Cristo nos dejó dos mandamientos: amar a Dios con todo el corazón, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La obediencia auténtica del primero debe llevar al segundo. Y al obedecer el segundo mandamiento cumplimos con el llamado de Cristo a ser conocidos como cristianos por la forma en que nos amamos unos a otros. Por esta razón la caridad es el primer principio de la Orden. Es lo que hace que los Caballeros de Colón sean tan diferentes y pertinentes en 2010 como lo eran en 1882. ¡Vivat Jesus!