La revelación de la trinidad
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La revelación de la Trinidad
5/27/2010
El jueves 27 de mayo de 2010, el Caballero Supremo Carl Anderson se reunió con el Primado de Canadá, Su Eminencia Cardenal Marc Ouellet, para una velada de reflexión llamada “Nada más hermoso” en Edmonton, Alberta.
Los programas se realizan en la Basílica de St. Joseph en Edmonton cinco veces al año y los lleva a cabo el Arzobispo Richard Smith.
El tema abordado por el Cardenal Ouellet y el Caballero Supremo Anderson fue “Jesucristo: la Revelación de la Trinidad”, con el Cardenal como “catequista” y el Caballero Supremos como “testigo”.
Sigue el texto de los comentarios del Sr. Anderson:
Notas para Nada más hermoso
Edmonton, 27 de mayo de 2010
Carl A. Anderson
Un mundo salvado por la belleza
El Cuarto Muro
Su Eminencia, Su Excelencia, Reverendos Padres, mis hermanos Caballeros de Colón:
Gracias por su amable invitación y agradezco a la Arquidiócesis de Edmonton el haber patrocinado esta serie de conferencias.
Cuando el Arzobispo Smith me mencionó el tema de la serie, Nada más hermoso: Reencuentro con la belleza de Cristo, no pude evitar pensar en “la belleza salvará al mundo”, célebre frase del gran escritor ruso Fyodor Dostoevski.
Y cuando estaba preparando estos comentarios, recordé algo que me dijo el Cardenal Joseph Ratzinger poco antes de convertirse en Papa Benedicto XVI. Dijo:
“Sentirse impresionado y abrumado por la belleza de Cristo es un conocimiento más real, más profundo que el mero conocimiento racional. …Debemos redescubrir esta forma de conocimiento, es una necesidad urgente de nuestro tiempo”.
En el teatro, los actores a veces se refieren a “romper el cuarto muro”. El cuarto muro es el muro invisible entre los actores y la audiencia. Los actores representan la obra mientras la audiencia observa el drama desde su asiento en el teatro. La interacción entre los actores y la audiencia es limitada.
Pero a veces el actor puede dirigirse directamente a la audiencia y a esto se le llama “romper el cuarto muro”. Shakespeare usó a menudo este recurso dramático cuando deseaba que un personaje se explicara mejor a sí mismo y explicara sus actos a la audiencia. Cuando esto sucede, la interacción entre el actor y la audiencia alcanza un nivel nuevo y más personal.
En el evento de la Encarnación, diríamos que Dios “rompió el cuarto muro”. Al venir a la Tierra encarnado, como un hombre, Cristo entró al mundo, se explicó a sí mismo para nosotros, y con ello hizo posible un nivel nuevo y más personal en el drama de la historia humana, en el drama de la historia de la salvación.
Cristo nos dio la motivación: fue enviado por el Padre para nuestra salvación como la revelación del amor del Padre. En términos del drama divino, no hay momento más grandioso que éste.
En la historia humana y en la vida de todo creyente, tienen lugar momentos similares. Dios rompe el cuarto muro y se nos muestra la belleza de Cristo a un nivel nuevo y más personal.
Esta es una de las bellas afirmaciones del Cristianismo: que Cristo llegó para que pudiéramos emprender una relación nueva y personal con Él.
Cuando pensamos en encontrar a Cristo y en encontrar nuevamente la belleza de Cristo, no necesitamos mirar muy lejos. Esto me quedó muy claro hace unos años, cuando encontré la belleza de Cristo dos veces en un lapso de pocos minutos y de formas muy diferentes.
Primero, lo encontré en la forma de una joven discapacitada físicamente en la Ciudad de México. Yo estaba ayudando a distribuir sillas de ruedas a quienes no podían comprarlas, una de las muchas actividades caritativas de Caballeros de Colón. En esa zona eran tremendas las necesidades de esta gente, combinaciones de daños debilitadores y deformidades de por vida que hacían difícil tan solo vivir y moverse, y para muchos, incluso imposible. Ese día, una de las beneficiarias de una silla de ruedas era una chica joven. No podía caminar pero poseía un inmensa sonrisa, una grandiosa sonrisa con amor a la vida que iluminaba a toda la gente a su alrededor. Era lo que mucha gente podría llamar “la más pequeña de ellos”, pero Cristo se mostró a través de ella.
Unos minutos después, ingresé a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y nuevamente encontré a Cristo: esta vez en el tabernáculo.
Cristo – La Revelación de la Trinidad
Ver la presencia de Cristo de formas tan diferentes – en el rostro de una niña y en la apariencia del pan y del vino – nos conduce a una pregunta: ¿Quién es Cristo?
Lo primero que Marcos el Evangelista nos cuenta acerca de Cristo, es cómo Juan el Bautista preparó al pueblo para recibirlo a través del bautismo. Cuando Juan bautiza a Cristo, se escucha una voz del cielo: “Este es mi amado Hijo, de quien estoy satisfecho”. Es la primera vez, en el Evangelio de Marcos en que se proclama a Cristo, y lo proclama el amor del Padre.
Así, una de las primeras cosas que sabemos de Cristo es que es amado por un padre, que proviene de su padre y que su padre se regocija de Él. Que también está ahí el Espíritu Santo, la culminación de la unión del amor.
En este momento, Cristo revela la vida de la Trinidad: Amor, unidad, dicha. Pero en este momento, no solo se revela Cristo.
Aprenderemos que la verdad fundamental de la persona humana también se revela en este momento. Por eso en Gaudium et Spes leemos que:
“En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…Cristo… en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre. …Él es la ‘Imagen del Dios invisible’ (Col 1, 15), el hombre perfecto”.
Cristo nos revela que fuimos hechos de amor, estamos hechos para el amor y que nuestra vida es incomprensible si intentamos vivirla sin amor.
La clave es estar abiertos a cómo se nos revela Cristo, y así se nos revela cómo debemos ser verdaderamente humanos.
Nos reveló que Dios es amor y que como todo lo hizo Él, entonces todo tiene significado, belleza y puede redimirse a través del amor.
Cristo nos brinda una visión más clara de las cosas. Podría decirse incluso, un visión interna de las cosas. Las cosas cobran más sentido. Aún hay vida, pero la vida posee un significado, una esperanza de eternidad. Aún existe el matrimonio, pero hoy posee aún más significado, un significado santificador. Aún existe sufrimiento, pero hoy el sufrimiento posee un significado, un compañerismo con Cristo que unió nuestro sufrimiento con su sufrimiento.
Dostoievski – La Belleza Que Salvará al Mundo
Dostoievski tuvo un momento así particularmente memorable en su vida cuando visitó el Kunstmuseum en Basilea, Suiza. Ahí vio una pintura de Hans Holbein el Joven intitulada El cuerpo de Cristo muerto en la tumba.
Dostoievski y su esposa tuvieron reacciones completamente diferentes ante la pintura. Su esposa estaba horrorizada por “el cuerpo escuálido, que mostraba los huesos y las costillas, con las manos y los pies llenos de heridas”.
Pero Dostoievski tuvo una reacción diferente. Así la describió su esposa:
“La pintura lo abrumó y se paró frente a ella angustiado… En su rostro agitado había una especie de expresión de miedo que yo había notado a menudo durante los primeros momentos de sus ataques epilépticos. Cuidadosamente tomé el brazo de mi marido, lo llevé a otra sala y lo senté en un banco esperando que tuviera un ataque en cualquier momento. Afortunadamente el ataque nunca llegó. Poco a poco Fyodor Mikhailovich se calmó y cuando ya nos íbamos insistió en ver otra vez la pintura que tanto lo había impresionado”.
Dostoievski vio en la pintura una profunda realidad. Más tarde, al escribir acerca de la misma pintura en su novela El idiota, la describió así:
“Queramos o no, el pensamiento sostiene que la muerte es tan terrible y tan poderosa, que incluso Él, quien la conquistó en sus milagros durante la vida, al final no fue capaz de triunfar sobre ella. Él, que le dijo a Lázaro, ‘¡levántate y anda!’ y el hombre muerto vivió, ahora era presa de la naturaleza y la muerte. Al mirar el lienzo, la naturaleza aparece como algo inmenso, implacable, un monstruo bruto, o mejor aún…una gigantesca máquina de los tiempos modernos que ha agarrado, vencido, aplastado y consumido a un Ser grandioso e invaluable…”
Dostoievski se dio cuenta en ese momento de que la esperanza Cristiana es incomprensible si se separa de su firme encuentro con la realidad de la muerte.
Con esto no solo me refiero a la muerte que ustedes y yo debemos enfrentar inevitablemente o la muerte de un ser amado, sino a la muerte de Jesucristo.
Y es a donde nos conduce cada encuentro con la belleza de Cristo. Se trata de una belleza que el Papa Benedicto XVI describió como “la belleza del amor que llega hasta el final”.
La Belleza Que es Amor
Es la belleza de Cristo. En 2006, el Consejo Pontificio para la Cultura describió a Cristo como el arquetipo de la belleza de este modo: “La contemplación de Cristo en el misterio de la encarnación y de la redención es la fuente viva a la que el artista cristiano acude para encontrar su inspiración para hablar del misterio de Dios y el misterio del hombre salvado por Jesucristo…’la la belleza del arte cristiano’ se caracteriza por su capacidad de pasar desde el interior ‘para sí’ al ‘más que uno mismo’”.
Este concepto va más allá de la obra de arte Cristiana. También es verdad en la vida.
Es lo que la joven discapacitada hizo en la Ciudad de México. Mostró una capacidad para vivir algo y mostrar algo más que a sí misma. Las conexiones entre la gente se construyen precisamente así. De hecho, así se construye todo amor.
Cuando las personas viven como cristianas, es decir, como seres humanos amorosos, no solo seguimos el camino de Cristo, sino que viviendo la vida como Cristo, revelamos a los demás quiénes son: seres hechos de amor y para el amor. Hacemos su vida comprensible.
Lo que algunos pueden ver como simple dolor es en realidad algo más que dolor: es una oportunidad para ver y crear belleza. Cuando una persona sufre cerca de nosotros, Cristo está proponiéndonos que la cuidemos, que la visitemos, que la alimentemos. Nos brinda la oportunidad de crear belleza de naturaleza espiritual con esa persona, así como la oportunidad de darnos cuenta que esa belleza espiritual no es superficial, por el contrario, es la forma de belleza más profunda, la más auténticamente humana.
Mucho antes de que Juan Pablo II se convirtiera en Papa, escribió una obra de teatro acerca de Santo Hermano Alberto, el gran artista polaco que abandonó la pintura para fundar una orden religiosa dedicada a los pobres. En la obra, hay una escena en la que el artista está pintando su famoso retrato de Cristo, Ecce Homo. En la pintura describe a Cristo momentos después de ser azotado cuando Pilatos lo entrega a la multitud.
En la obra, el artista le habla a la imagen de Cristo que acaba de pintar:
“Aún eres terriblemente diferente a Él…
Te has esforzado en cada uno de ellos.
Estás terriblemente cansado.
Te han agotado.
Es lo que se llama caridad.
Pero con todo esto has permanecido bello.
El más bello de los hijos del hombre.
Nunca se repitió tanta belleza.
Oh que belleza tan difícil, que dura.
Esta belleza se llama Caridad”.
La belleza de Cristo no era la persona maltratada que el artista había pintado, la belleza que retrató era el acto de amor.
Por esta razón la belleza que salvará al mundo – que los salvará a ustedes y a mí – no es una belleza hecha por manos humanas. La belleza lo bastante fuerte para salvar al mundo debe ser una belleza lo bastante fuerte para conquistar la muerte. Debe ser una belleza lo suficientemente fuerte para vencer a la cultura de muerte que crea el mundo.
La Eucaristía – Una Amistad Dinámica y Viva
Es la razón por la que los dones que nos da Cristo – la Iglesia y la Eucaristía – son tan importantes. La Eucaristía es la paradoja transformadora, completa. Es transformadora de nuestro ser, pero una paradoja para nuestro pensamiento.
Un objeto totalmente inanimado es la presencia de Dios más completa e inalterada. Algo hecho por las manos humanas – el pan y el vino &ndashse convierte en el don de Dios, que todo lo creó y que nos da nueva forma con la gracia desde dentro.
El hecho es que un amigo no es “genérico”. Un amigo es alguien a quien se llega a conocer, alguien que revela algo de sí mismo y que se dirige a lo mejor que hay dentro del otro.
En Corpus Cristi, poco después de ser electo Papa, Juan Pablo II ofreció una bella expresión de esta amistad eucarística transformadora: Dijo:
“Jesús es el amigo que nunca os abandona; Jesús os conoce uno por uno, personalmente; sabe vuestro nombre, os sigue, os acompaña, camina con vosotros cada día; participa de vuestras alegrías y os consuela en los momentos de dolor y de tristeza. Jesús es el amigo del que ya no se puede prescindir cuando se le ha encontrado y se ha comprendido que nos ama y quiere nuestro amor.
Con Él podéis hablar, hacerle confidencias; podéis dirigiros a Él con afecto y confianza. ¡Jesús murió incluso en una cruz por nuestro amor! ¡Haced un pacto de amistad con Jesús y no rompáis jamás! En todas las situaciones de vuestra vida, dirigíos al Amigo divino, presente en nosotros con su "Gracia", presente con nosotros y en nosotros en la Eucaristía.”
El camino de cada uno de nosotros hacia Cristo es diferente, y el peregrinaje con Cristo de cada uno de nosotros es exclusivamente personal. A veces es un drástico cambio de vocación, pero con más frecuencia, tiene lugar en las experiencias diarias. Lo que es universal, absolutamente constante en la vida de cada persona, es que Cristo se encuentra con nosotros donde estemos y si estamos dispuestos, Él nos lleva a un nuevo lugar y a una nueva vida, es decir, a un lugar y a una vida más cerca de Él.
Los Dos Grandes Mandamientos
Enfrentar el sufrimiento, como las personas de México o las muchas otras que conocí el mes pasado en Haití, también nos lleva a preguntarnos: ¿Qué tipo de ingenuo impulso podría creer que la “Belleza salvará al mundo?”
También me impresionó lo que la encarnación de Cristo no hizo. Cristo no vino a establecer una nueva red social o realidad política.
Sin embargo, Cristo sí reveló que todo lo hace por amor y da un mandamiento: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Es imposible forzar a alguien a experimentar y a apreciar la belleza de Cristo. No obstante, para que los demás encuentren a Cristo en nosotros, nosotros mismos debemos esforzarnos por seguir a Cristo, ser como Cristo para los demás.
Por esta razón, el reto no termina reconociendo a Cristo. Es solo el inicio.
La pregunta es, ¿qué tanto soy como Cristo en mi vocación, en mi familia, en mi trabajo, en mi comunidad, entre mis amigos y entre los extraños?
Hace unos años, antes de convertirse en papa, hablando con jóvenes en la Catedral de Munster, el Padre Joseph Ratzinger observó que se nos plantea un extraordinario reto. Dijo:
“Porque el amor, como se retrata aquí como la satisfacción de ser cristiano, demanda que intentemos vivir como Dios vive…Él nos ama, no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno.
…Ama incluso en la raída vestimenta del hijo pródigo, que ya no usa nada encantador. Amar en el sentido cristiano significa tratar de seguir este camino”.
Al final, esta forma de vida es un asunto de gracia. Es un asunto de perseguir y ser perseguidos por lo que Dostoevski llamó “la belleza que salvará al mundo”.
Dostoevski nunca dijo explícitamente lo que quería decir al escribir la “la belleza salvará al mundo”. Sin embargo, dio una respuesta en otra ocasión cuando escribió: “Me he formado un Credo en el que para mí todo es claro y sagrado. Es un Credo muy sencillo: creer que nada es más bello, profundo, compasivo, razonable, varonil y más perfecto que Cristo”.
Esto – y solo esto – es la belleza que salvará al mundo. Si tenemos ojos de fe, no tenemos problemas para ver a Cristo, sin importar cómo se disfrace.
Y con un corazón que ve a Cristo, no tenemos más respuesta que seguir su respuesta de amor. Y si suficientes cristianos actúan así, realmente el mundo irradiará la belleza de Cristo.
Como escribió Juan Pablo II, “el hombre es tanto artífice de sí mismo como el modelo del gran artista. El hombre es un buen artista cuando se moldea a sí mismo y permite que se le moldee para participar en la redención de Cristo”.
Entonces las preguntas que debemos hacernos a nosotros mismos son: “¿Permitiremos que este amor nos moldee?” “¿Permitiremos que la belleza nos moldee?
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