DOCUMENTO PROVINCIAL SOBRE LA MISION PERMANENTE PROVINCIA ECLESIASTICA DE MONTERREY

PROVINCIA ECLESIASTICA DE MONTERREY Asunto: MISION C0NTINENTAL PERMANENTE A TODO EL PUEBLO DE DIOS QUE PEREGRINA EN LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE MONTERREY Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo (1 Cor. 1, 3) Cristo, nuestro Señor, que “ha llenado nuestras vidas de ‘sentido’, de verdad y amor, de alegría y de esperanza” (DA 548) esté con todos ustedes. Conscientes de que “conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo”. (DA 29), los obispos, pastores de las Iglesias particulares que forman la Provincia Eclesiástica de Monterrey, saludamos cordialmente a las comunidades diocesanas de Monterrey, Linares, Saltillo, Piedras Negras, Tampico, Cd. Victoria, Matamoros y Nuevo Laredo. Nos proponemos mediante esta comunicación animar a todas nuestras comunidades para comprometernos decididamente en la misión permanente como nuestro único cometido, recordando que la Iglesia existe para evangelizar. LA REALIDAD SOCIAL DE NUESTRA PROVINCIA NECESITA DEL EVANGELIO Porque en ningún otro hay salvación, ni existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos (Hech. 4, 12) Nuestro pueblo, sin duda, participa de la tradición cultural latinoamericana de profundas raíces cristianas: el amor a la familia y su esfuerzo permanente por mantenerla unida, el empeño diario en el trabajo aún en medio de dificultades, la amistad franca y sincera donde siempre hay una mano abierta para recibir al amigo, la solidaridad para apoyarse unos a otros en la adversidad, el sentido de fiesta, especialmente en eventos religiosos. Pero la situación de nuestra región nos interpela profundamente con su inseguridad, violencia, falta de respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, la pobreza y marginación, los sufrimientos de los migrantes, los desempleados, los presos, etc. Este escenario que abunda en rostros sufrientes, hace inexcusable el cumplimiento integral de nuestra tarea y nos desafía para “revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor” (DA 13), para que la fe arraigue más profundamente en el corazón de las personas y de nuestro pueblo. Las circunstancias actuales demandan de nosotros una acción pastoral organizada, planificada y dirigida a suscitar y consolidar la fe, formando una generación nueva de líderes católicos capaces de anunciar la Buena Noticia en la política, la economía, la cultura de nuestra sociedad, ante “un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica” (SS Benedicto XVI, DI 2). Todos cuantos están heridos por las adversidades, cuantos yacen al borde del camino pidiendo limosna y compasión, necesitan de la alegría del Evangelio que es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio (DA 29). Los discípulos sabemos que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro (Cfr. DA 146). Estamos convencidos de que el mejor servicio, verdadera y profundamente liberador, que podemos ofrecer es anunciar que en Cristo, Dios nuestro Padre nos llama a formar una humanidad nueva, animada por su Espíritu; proclamar el Evangelio de Jesucristo lo cual lleva consigo la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación (DA 103). Como discípulos y misioneros, estamos llamados a intensificar nuestra respuesta de fe y a anunciar que Cristo ha redimido todos los pecados y males de la humanidad (Cfr. DA 134). La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano, que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores, que acoge a los pequeños y a los niños, que sana a los leprosos, que perdona y libera a la mujer pecadora, que habla con la Samaritana (DA 135). Mediante el cumplimiento de la misión, como discípulos misioneros, como Iglesia de Jesucristo, “Ofrecemos en esta situación al servicio de nuestra Patria, lo que la Iglesia tiene como propio, una visión global y trascendente del hombre y de la humanidad. Sólo si hay mujeres y hombres nuevos habrá también un mundo nuevo, un mundo renovado y mejor. Por eso consideramos que lo primero que hay que hacer para superar la crisis de inseguridad y violencia es la renovación de los corazones. Vivir el Evangelio nos hace ser hermanos y constructores de Paz, pues ‘nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos…’” (Mensaje del Episcopado Mexicano al Pueblo de México, 12 de noviembre de 2009, No. 8) CONVOCATORIA DESDE APARECIDA Cuando terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios. (Hechos 4, 31) “Desde el cenáculo de Aparecida”, en el vigor del Espíritu Santo, hemos sido convocados a vivir con entusiasmo la Gran Misión Continental, “misión que debe llegar a todos, ser permanente y profunda” (Mensaje Final de Aparecida). Una Gran Misión que profundice y enriquezca todas las razones y motivaciones que permitan convertir a cada creyente, en nuestras diócesis y parroquias, en un auténtico discípulo misionero y desarrollar ampliamente la dimensión misionera de la vida en Cristo. Misión, que es rica, compleja y dinámica, que comporta elementos variados (Cfr. EN 17 y 24): la vida nueva en Cristo “el único Salvador de la humanidad” (DA 22), el testimonio creíble de la comunidad cristiana, el anuncio explícito de Jesucristo (primero por el kerigma, enseguida por la catequesis básica o de iniciación y culminando mediante la catequesis permanente), la adhesión creciente, cada vez más profunda, del corazón, la entrada en la comunidad eclesial con un nuevo estilo de vida en el amor fraterno y el compromiso social, la acogida de los sacramentos, particularmente la Eucaristía como fuente, centro y culmen de la vida cristiana, y las iniciativas corresponsables de apostolado de todos los discípulos misioneros. “Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos, empresa tantas veces heroica en su realización histórica; y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana (Deus Caritas est 19). Para ello, nuestra Provincia Eclesiástica, con toda la Iglesia latinoamericana necesita “una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente… un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza”. (Cfr. DA 362). Una verdadera renovación de la vida cristiana en el pueblo de Dios. EN COMUNIÓN ECLESIAL Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. (Ef. 4, 3-4) Este Pueblo de Dios, del que somos porción, se construye como una comunión de Iglesias particulares (diócesis) en comunión con el Obispo de Roma. En cada diócesis, confiada a un obispo para que la apaciente con su presbiterio y la reúna y alimente mediante la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia Católica existe y se manifiesta. Cada una de nuestras Iglesias particulares es totalmente Iglesia, pero no es toda la Iglesia, ella debe estar en comunión con las otras Iglesias particulares y bajo el pastoreo supremo del Papa. (cfr. DA 165-166) La Iglesia es comunión en el amor. Comunión que tiene su cumbre, centro y fuente en la Eucaristía. La comunión es la esencia y el signo por la cual está llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad (Cfr. DA 161) Por eso, las Iglesias locales y los obispos expresamos nuestra solicitud por todas las Iglesias, especialmente por las más cercanas, reuniéndonos en diversas formas de asociación. Así es en las Provincias Eclesiásticas integradas por diócesis de una misma Región. (cfr. DA 182). Por ello, teniendo en cuenta las relaciones de hermandad que nos unen, y conscientes de que al llamarnos y elegirnos, el Señor nos ha confiado la tarea de transmitir el tesoro de la fe (cfr. DA 18), dirigimos a ustedes este mensaje, conscientes de que “la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí… La comunión es misionera y la misión es para la comunión” (ChL 32). PROPÓSITO FUNDAMENTAL Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1 Cor. 9, 16) “No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos” (DA 14). La misión es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (Cfr. Hch. 1, 8; DA 145). Desde un encuentro personal con Jesucristo, a partir del Kerigma, estamos ante el desafío de suscitar discípulos misioneros y de revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor, para que la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de todos los habitantes de esta región noreste de nuestra Patria. PROCESO EVANGELIZADOR « ¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas ». (Mc 4, 30-32) En la formación de discípulos misioneros, el documento de Aparecida destaca cinco aspectos fundamentales en su proceso (Cfr. DA 278): El encuentro con Jesucristo, La Conversión, el Discipulado, la Comunión y la Misión. 1º El Encuentro con Jesucristo: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn. 1, 41) Propiciar el encuentro con Él da origen a la iniciación cristiana. Este encuentro debemos renovarlo constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est 1) Todos los planes pastorales de nuestras diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de esta Provincia eclesiástica de Monterrey deberán renovarse constantemente por la acción misionera de la comunidad que conduzca al encuentro de ojos abiertos y corazón palpitante con el Señor resucitado. Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia; lo encontramos de modo admirable, en la Sagrada Liturgia; la Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Él; el sacramento de la reconciliación es donde el pecador experimenta de manera singular el encuentro con Jesucristo; la oración personal y comunitaria permite cultiva una relación de profunda amistad con el Señor Jesús quien está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno; pero también lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos (cf. Mt 25, 37-40), que reclaman nuestro compromiso. 2º La Conversión: El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente. (2 Cor. 5, 17) Al encuentro sigue la respuesta de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir. Esta nueva vida en Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia humana (Cfr. DA 356). Conversión que nos dispone a vivir la vida en abundancia traída por Jesús. Jesucristo es plenitud de vida que eleva la condición humana a condición divina para su gloria. “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn. 10, 10). Vida nueva en Jesucristo que toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud su existencia (Cfr. DA 356). 3º El Discipulado: Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Mt 28, 19-20) Quien se ha decidido a seguir a Cristo entra en un proceso de cambio que transfigura los variados aspectos de la propia vida. La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina, para lo cual es primordial la Catequesis. En cada una de nuestras diócesis debemos tener proyectos orgánicos de formación en la fe. Redoblar esfuerzos para tener equipos de formación convenientemente preparados con la presencia y contribución de laicos y laicas. Cuanto más capaces sean nuestras diócesis de dar la prioridad a la educación en la fe de niños, jóvenes y adultos, tanto más nuestras comunidades encontrarán en la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidades de discípulos y de su actividad misionera (Cfr. CT 15). Destacamos que la formación de los laicos y laicas, de acuerdo a su espiritualidad propia, debe contribuir, ante todo, a una actuación como discípulos misioneros en el mundo, en la perspectiva del diálogo y de la transformación de la sociedad además de su plena integración en la comunidad cristiana. 4º La Comunión: Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn. 17, 21) No puede haber vida cristiana sino en comunidad. La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión… La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión (DA 156). Cada Diócesis, presidida por su Obispo, es el primer ámbito de la comunión y la misión. Ella debe impulsar y conducir una acción pastoral orgánica renovada y vigorosa, de manera que la variedad de carismas, ministerios, servicios y organizaciones se orienten en un mismo proyecto misionero para comunicar vida en el propio territorio. Tengamos en cuenta que un proyecto sólo es eficiente si cada comunidad cristiana, cada parroquia, cada comunidad educativa, cada comunidad de vida consagrada, cada asociación o movimiento y cada pequeña comunidad se insertan activamente en la pastoral orgánica de su diócesis (DA 169). Entre las comunidades eclesiales, en las que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo, sobresalen las Parroquias, células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial. Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión. Uno de nuestros anhelos más grandes es el de una valiente acción renovadora de las Parroquias. Renovación que exige el que reformulemos sus estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos. 5º La Misión: «Navega mar adentro, y echen las redes» (Lc. 5, 4) El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe (DA 365). Debemos vivir el paso de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera que haga que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera (DA 370). Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar… Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas… que irradien el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo. El gran desafío es que todos los bautizados participemos consciente y alegremente en la misión, de tal manera que nuestra parroquia sea una COMUNIDAD MISIONERA DE COMUNIDADES MISIONERAS. El Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispo sobre la Palabra de Dios, nos exhorta a salir, con actitud decididamente misionera a anunciar la Palabra del Señor: “La Palabra de Dios personificada “sale” de su casa, del templo, y se encamina al o largo de los caminos del mundo” (n. 10). Salir casa por casa por las calles de nuestras ciudades y poblados. TEREAS BÁSICAS 1º La experiencia religiosa. «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina» (Hech. 3, 6) En los programas y proyectos pastorales, tanto diocesanos como parroquiales, del seminario o de los movimientos y asociaciones laicales, de las comunidades de vida consagrada o de los colegios católicos y demás organismos eclesiales, queremos que no falte, de ninguna manera, ofrecer a todos un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a un cambio de vida integral. No una devoción superficial, sino una experiencia profundamente transformadora. 2º La vivencia comunitaria. La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma (Hech. 4, 32) Queremos que nuestras diócesis, parroquias, seminarios, comunidades religiosas, movimientos, colegios, sean comunidades cristianas, en donde todos se sientan acogidos fraternalmente, valorados e incluidos, miembros de una comunidad eclesial y corresponsables en su desarrollo. 3º La formación bíblico-doctrinal. Ustedes crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pe 3, 18) Junto con una fuerte experiencia religiosa y una destacada convivencia comunitaria, todos necesitamos profundizar el conocimiento de la Palabra de Dios y los contenidos de la fe. Por ello queremos esforzarnos por ofrecer cada vez mejores oportunidades de formación en nuestras diócesis y parroquias. 4º El compromiso misionero de toda la comunidad. ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias! (Is. 52, 5) Que todos, Obispos, sacerdotes, consagrados y fieles laicos, salgamos al encuentro de quienes han abandonado la Iglesia, de quienes están alejados del influjo del evangelio y de quienes aún no han experimentado el don de la fe. Que nos interesemos por su situación, a fin de reencantarlos con la Iglesia e invitarlos a volver a ella. ¡ANIMO!, ¡QUE NADIE SE QUEDE CON LOS BRAZOS CRUZADOS! Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación (Mc 16, 15) Jesús invita a todos a participar de su misión. ¡Que nadie se quede de brazos cruzados! Ser misionero es ser anunciador de Jesucristo con creatividad y audacia (Mensaje Final de Aparecida) Una firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad diocesana debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe para ubicarse en ese estado de misión permanente (DA 365), porque la misión que no se limita a un tiempo sino que es un estilo de vida que refleja nuestra identidad de discípulos misioneros en la Iglesia. Para ello insistimos en el imperativo de Aparecida: es preciso vivir una conversión pastoral en nuestras comunidades que nos haga pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera; que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap. 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta; que requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí, nace la actitud de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades cristianas. Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión eclesial y la santidad son una urgencia pastoral. La programación pastoral ha de inspirarse en el mandamiento nuevo del amor Ningún bautizado, ningún agente de pastoral debe quedarse al margen. Obispos y sacerdotes, consagrados y consagradas, laicos y laicas, todos. Pongámonos o sigamos viviendo en estado de misión permanente. A todas las familias cristianas de nuestra provincia eclesiástica les animamos a cumplir plenamente con su cometido “la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa”. ¡Familia, se lo que eres! (Cfr. Familiaris Consortio 17) A las comunidades parroquiales, les animamos a que con valentía renueven sus estructuras para que sean cada vez más comunidad de comunidades misioneras A las comunidades de consagrados y consagradas, don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor, les animamos a ser fieles a sus carismas, insertándose en los planes pastorales en cada iglesia particular. A todos los presbíteros los animamos a unirnos en la fidelidad en el ejercicio del ministerio y en la vida de oración, la búsqueda de la santidad, la entrega total a Dios al servicio de los hermanos y hermanas, gastando nuestra vida en el testimonio de un sacerdocio bien vivido, condición indispensable para vivir la conversión pastoral y con un nuevo ardor realizar en nuestras comunidades la misión continental permanente. Salgamos con nuestros laicos por los caminos de la misión en las ciudades y comunidades más alejadas, al encuentro de las familias ¡Vayamos a sus hogares! A los diáconos y seminaristas, les exhortamos a que pongan todo su entusiasmo y entrega para afrontar con audacia los desafíos de la misión. Sigan preparándose con la conciencia de que la misión es el proyecto de Cristo a realizar (Mc.. 16, 15), y es la orientación que darán permanentemente a su ministerio como discípulos de Cristo, porque “la Iglesia existe para evangelizar” (EN 14). El buen resultado de esta misión, proviene sobre todo de la unión con Cristo y de la acción de su Espíritu. Por eso, con el fuego del Espíritu Santo, avancemos. Confiamos a María, nuestra señora de Guadalupe, Madre de Dios y Madre nuestra, primera discípula misionera, los esfuerzos que juntos hagamos para que Cristo esté en los labios y en los corazones de todos los habitantes de esta nuestra Provincia Eclesiástica. ¡Impulsemos la Misión continental permanente con la fuerza y la luz del Espíritu Santo! Emmo. Sr. Card. José Francisco Robles Ortega Arzobispo de Monterrey Excmo. Sr. Antonio González Sánchez Excmo. Sr. Jorge Alberto Cavazos Arizpe Obispo de Cd. Victoria Obispo Auxiliar de Monterrey Excmo. Sr. Alonso Gerardo Garza Treviño Excmo. Sr. Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Piedras Negras Obispo de Matamoros Excmo. Sr. Ramón Calderón Batres Excmo. Sr. Gustavo Rodríguez Vega Obispo de Linares Obispo de Nuevo Laredo Excmo. Sr. José Luis Dibildox Martínez Excmo. Sr. Raúl Vera López, O.P. Obispo de Tampico Obispo de Saltillo